Carol Jones, una vida entre los Andes y la estepa

 Ya había oído hablar de Carol Jones y de su estancia Nahuel Huapi, la que está al otro lado del lago, junto a la conocida estancia Fortín Chacabuco, donde yo había estado de visita tantas veces. 

Ya sabía que Carol, a pesar de su nombre inglés, es argentina, tiene familia y vive y trabaja allí. Pronto la conocería en persona. 

Carol tiene dos hijos adultos, más de veinte caballos y vive al borde de la cordillera de los Andes, en la estepa seca, entre colinas y rocas. Le encantan sus caballos y ofrece cabalgatas en verano, paseos en pequeños grupos, de media jornada, jornada completa o incluso más, con pernocte en tiendas de campaña. Tomás y yo optamos por una cabalgata de medio día seguida de un asado. 

Estancia Nahuel Huapi


Para llegar a su estancia, tuvimos que cruzar al otro lado del lago y atravesar Bariloche, siempre por la orilla, dejando atrás las montañas. En Dina Huapi -lugar donde se habían asentado colonos daneses hace más de cien años-, nos detuvimos a tomar un café en una gasolinera. 

Tras recorrer otros tres kilómetros entre amapolas anaranjadas en flor, llegamos al lugar donde el río Limay nace del lago Nahuel Huapi. Justo allí se desborda el lago, de un azul oscuro profundo y surge este ancho río de aguas turquesas, claras y burbujeantes, con una fuerte corriente. En este punto suele haber pescadores con mosca, es demasiado peligroso para nadar, pero a veces veo barcas de rafting. El invierno pasado fue largo y nevado y las orillas del río seguían altas. Eso fue bueno. 

Rio Limay

 Después del puente, pasamos por un control policial, el punto de cruce entre la provincia de Río Negro y la de Neuquén. A lo largo de muchos kilómetros el río Limay forma la frontera entre las dos provincias. Se puede pasar simplemente en coche. Si se mira a la izquierda poco después de cruzar el río, se tiene una vista maravillosa de Bariloche y la cordillera de los Andes detrás, y en un día claro se puede ver la montaña más alta de la región, el nevado Tronador con sus tres picos: el Argentino, el Chileno y el Internacional. No hace mucho que vivo en esta región, pero cada vez que veo el Tronador, sé que estoy en el lugar correcto, al otro lado del mundo, la vista de esta montaña me da la sensación de estar en casa, de reconocer y llegar, de descansar después de un largo viaje. 

Mis ojos se calman en la enorme extensión, mi atención recorre el lago hasta la otra orilla. Aquí parece no haber horizonte, no hay una línea por encima de 

la cual mi visión pueda disolverse en la nada. Cada mirada encuentra algo: detrás de la superficie lisa del lago se alzan las montañas y sobre ellas se eleva el cielo. Una y otra vez encuentro una pista para descubrir algo, una cima o un campo de nieve, una formación rocosa, hasta a veces veo nubes que parecen ovnis. Una vez cada quince días veo un avión en el cielo. 

Entonces esta imagen va desapareciendo lentamente detrás de nosotros y tras una ligera cuesta nos adentramos en un mundo diferente: una estepa estéril de color amarillo verdoso con rocas de color marrón rojizo, parecidas a volcanes, que más tarde supe que todas tienen un nombre. Es como sumergirme en algo completamente nuevo, suave, algo que nunca antes había experimentado, otra forma de ser, como si me acercara un poco más a una verdad o a un secreto. 

Respiro hondo, piso el acelerador, abro la ventanilla y le pregunto a Tomás si el paisaje, el aire y el cielo no parecen aún más secos y claros y bellos al tacto.

Después de girar a la izquierda en dirección a Villa La Angostura, tuvimos que prestar mucha atención para no pasar de largo por la entrada de la estancia que queda a mano derecha de la ruta. Tuvimos suerte y poco después nos encontrábamos frente a la tranquera de madera. Tomás bajó del auto, la abrió, yo pasé y antes de subir al auto, volvió a cerrarla. Poco después de la tranquera, un gordolobo seco (Verbascum) nos saludó al borde del camino como un centinela. Esta flor, que crece verticalmente en el aire, debe su nombre a que antiguamente se rociaba con cera y se utilizaba como antorcha. Es una especie protegida en Europa. 

El camino tenía cada vez más baches y las huellas eran cada vez más profundas, pero pronto vimos una casita de madera y los corrales. Aparcamos el coche a la sombra de un árbol, salimos y Carol se acercó a nosotros con un brillo en los ojos.  

"Bienvenidos a la Estancia Nahuel Huapi", nos saludó con un beso en ambas mejillas. Miré a mi alrededor y recordé lo que había leído sobre esta zona y la estancia unos días antes. 

El abuelo de Carol, Jarred Augustus Jones, nacido en 1863 en Texas, Norteamérica, había abandonado su hogar de joven y viajado hacia el sur y llegó a Buenos Aires en 1884. Allí conoció a vaqueros norteamericanos con ideas afines que buscaban trabajo para probar suerte en la Patagonia. Al principio se estableció en la Estancia Leleque, en la provincia de Chubut, para quienes arreó enormes rebaños de ganado desde Carmen de Patagones, en el sur de la provincia de Buenos Aires, hasta el norte de la Patagonia. Así conoció la zona del lago Nahuel Huapi y decidió quedarse allí. Al principio, aceptó trabajos en las estancias existentes y trabajó para empresas inglesas, pero pronto montó su propio negocio. En 1884, cuando el gobierno argentino ofreció las tierras conquistadas a los indígenas para ser explotadas, Jarred Jones fundó una estancia de 10.000 hectáreas a orillas del lago Nahuel Huapi. 

Pero ahora Carol, su nieta, estaba ante mí con su pelo oscuro entrelazado en una larga trenza. Su rostro bronceado era radiante, sus rasgos profundos y los numerosos y pequeños hoyuelos hablaban de una vida al aire libre azotada por el viento, agotadora y excitante, encantadora y quizá a veces solitaria, pero libremente elegida y conscientemente decidida. Llevaba un chaleco claro y un pañuelo sobre la blusa de manga larga, pantalones azul oscuro y robustos zapatos de cuero. 

Cuando Carol giró su cabeza, descubrí unas plumitas clavadas en una cinta de su sombrero y me di cuenta de que llevaba un "Lagomarsino", una marca de sombreros muy conocida en Argentina, usado por el cantante de tangos Carlos Gardel y muchas otras personalidades famosas. 

Matías y Tomás también lo habían usado cuando eran niños en una cabalgata que hicieron con Martín durante diez días por los Andes a 4.000 metros de altura. En esa ocasión siguieron los pasos del general San Martín que en 1816 había cruzado la cordillera junto con su ejército para liberar a los chilenos del gobierno español. El sombrero les protegía del sol y de los fuertes vientos, y se ajustaba a la cabeza con una correa de cuero. Ahora los dos sombreros reposan en una estantería de su casa en Düsseldorf. 

Una pequeña anécdota para explicar por qué para mí estos sombreros aparece cada tanto en mi camino: el año pasado, cuando regresaba de Alemania a Bariloche y pasé un día deambulando por Buenos Aires, me fijé en la puerta de entrada abierta de una opulenta casa de la ciudad. Entré e inmediatamente se me acercó una amable joven que me dijo que la visita pública no era hasta la tarde. Me picó la curiosidad y me ofreció una breve visita privada a la casa. 

Por casualidad, había ido a parar al que había sido el domicilio particular de Carlos Lagomarsino. Me contó el amable joven que poco después de su llegada a Buenos Aires, Carlos Lagomarsino montó un puesto de pizzas a la 

calle. Tenía un empleado que empaquetaba las pizzas y recibía el dinero, pero los clientes pronto se empezaron a quejar de sus dedos negros y éste le explicó a su jefe que en su tiempo libre fabricaba sombreros de fieltro. Este empleado fue el que le enseñó el oficio A Carlos Lagomarsino, quien fundó junto a su hermano la empresa en 1891 y la llevó a ser un éxito internacional en pocos años. Recordemos que en esa época y hasta los años ’40 los hombres de Buenos Aires llevaban sombreros en todas ocasiones, al principio de fieltro y más tarde de otros diversos materiales. 

La joven de la provincia de San Luis siguió adelante.

Carlos Lagomarsino sólo vivió cuatro años en la magnífica casa que construyó en 1920. Murió joven, pero dejó mujer y cuatro hijos, que vendieron la casa a un médico. La empresa "Lagomarsino" sigue siendo conocida más allá de las fronteras argentinas.

En la estancia los caballos ya estaban ensillados, los demás jinetes habían llegado y estábamos listos para partir. Jarred, el hijo de Carol, y un joven americano nos acompañaban. No monto a menudo y confiaba en que los caballos me lleven, que no galopen alocadamente ni me despisten. Íbamos por una llanura, unos cuantos jinetes por delante de mí, cuando de repente vi a Tomas y a su caballo saltando por encima de un arroyo. "¿Qué hará mi caballo?" fue mi primer pensamiento, pero no pude pensar en ello mucho tiempo porque mi caballo ya caminaba cómodamente por el agua, se detuvo, sació su sed y siguió su camino. Me tranquilicé. 

Desde el principio de la cabalgata todo el mundo intentaba hablar con todo el mundo. Había una pareja de Nueva York que pasaban su luna de miel y una familia de cuatro de Bath que, como yo, no se sientan a lomos de un caballo todos los días. Al cabo de una hora todo se volvió más y más tranquilo, de vez en cuando nos sobresaltábamos con una liebre, veíamos ciervos pastando entre los arbustos y un cóndor nos sobrevoló en círculos durante un rato. La cordillera de los Andes iba quedando a nuestras espaldas y la inmensidad de la estepa frente a nosotros. 


“The color of that distance is the color of an emotion, the color of solitude and of desire, the color of there seen from here, the color of where you are not. And the
color of where you can never go.”

Solnit, Rebecca. A Field Guide to Getting Lost

Después de más de dos horas, regresamos y todos estábamos deseando comer juntos al aire libre. Carol había preparado el asado con su hija. Había agua y vino, y fruta y tarta de postre. 

Más tarde, cuando los otros ya se habían ido y Tomás decidió echarse una siesta a la sombra, Carol se sentó a mi lado, preparó un mate y empezó a contarme. 

“Ofrecimos las primeras cabalgatas en 1987. Antes, los viajeros sólo querían alquilar caballos para recorrer la zona ellos mismos, pero yo no quería entregar mis caballos a completos desconocidos. Así que mi madre me aconsejó que acompañara a los grupos. Sí, creo que fui una de las primeras en ofrecer cabalgatas en la zona. Al menos las cabalgatas largas de hasta diez días. Cabalgábamos hasta ocho o nueve horas por día, como estaba acostumbrada desde muy chica, hacíamos fuego a la noche, pernoctábamos en carpas y teníamos carne, pan y mate como provisiones, a veces algunas manzanas. Todos los días, carne, pan y mate, eso era todo. La gente estaba impresionada, se sumergía profundamente en la experiencia, se empapaba del entorno, a diferencia de hoy, cuando los turistas reservan una o dos noches como mucho, pero prefieren los viajes de un día. Hoy quieren saber más que experimentar. "¿Qué tamaño tiene la estancia, cuánto tiempo hace que vives aquí?". La gente está más interesada en los números, rara vez alguien pregunta por un árbol o un pájaro. Eso era diferente. 

En verano trabajaba aquí en Bariloche y en invierno en Estados Unidos, en Wyoming, en un rancho de huéspedes. Allí aprendí a hacer mejor las cosas. Reduje las horas de las cabalgatas un máximo de cinco horas diarias, mejoré las provisiones, había más fruta, sándwiches, bebidas y café. La gente estaba contenta. Y nosotros también.“ 

"¿Cuándo empezaste a montar?" 

"Creo que tenía cinco años. No sólo montábamos, el caballo era siempre un medio de transporte. Teníamos que ir a buscar al ganado a los pastos, reparar cercos o construir nuevos. Los peones me llevaban con ellos y mi padre siempre me decía: "No seas una carga para ellos, déjalos hacer su trabajo". 

Así que me callaba, no me quejaba, estaba tan agotada por la noche que justo antes de dormirme pensaba: "Nunca más, ¿por qué? No volveré a hacerlo. Y luego, unos días más tarde, volvía a montar a caballo muy temprano por la mañana y salía con ellos.“ 

“¿Y tu madre, cómo vivía?” 

“Mi mamá sabía todo sobre caballos, amaba la naturaleza, conocía todas las montañas, lagos y ríos del país, pero nunca fue a las montañas, tal vez dos veces a caballo. Creció en Bahía Blanca, en la costa atlántica, fue a Buenos Aires de joven y perdió a sus padres muy pronto, a los veinte años. Cuando su hermano tuvo que alistarse en el ejército, ella no quiso quedarse sola en la gran ciudad y se fue a vivir con una amiga a Bariloche. Fue maestra y luego directora de una escuela privada de Bariloche. Para ella era importante tener una buena educación. Así que nos llevó a Buenos Aires, nos enseñó el Teatro Colón, los museos y los parques. De chica me impresionó, me gustó, me gusta viajar, pero nunca me iría de acá.” 

"Y tu abuela, ¿no fue allí donde empezó todo?" 

"Sí, era una mujer extraordinaria, venía de Suiza, incluso hablaba Schwytzerdütsch. Lo hacía todo ella, aquí no había nada, tenía que hacerlo todo ella. Queso, pan, mermeladas. Recuerdo sus deliciosas galletas, que siempre guardaba en una lata de metal. Y tejía, porque no había nada que comprar. Tejía los jerseys para sus seis hijos, sabía exactamente quién quería un bolsillo en el jersey y quién dos. Tejía calcetines y calzoncillos largos y tenía una huerta. Al principio vivían junto al río Limay, después en una casa grande y moderna en la estepa.” 

“Mi abuelo era un visionario. Tuvo los primeros coches, calefacción central en su propia casa, fue un buen hombre de negocios y artesano, agricultor y ganadero. Operó la primera balsa que cruzó el río Limay y desarrolló un pequeño centro de negocios con un almacén, una carpintería y una oficina de correos en este lugar tan céntrico.” 

“Hoy en día sigue habiendo allí una casa, "El Boliche viejo", que en su día fue una tienda, más tarde un almacén y luego mi taller de cerámica durante unos años. Ahora un inquilino regenta allí un restaurante. " 

Me encanta escuchar y me hace bien que la gente aquí en Argentina se tome el tiempo para contar sus historias. Es entonces cuando salgo de los tiempos acelerados y me asomo a la vida de otro. Una vida alejada de sus orígenes, en busca de un lugar donde echar nuevas raíces, asentarse donde pocos vivían, donde había poco. Muchas personas cuentan aquí historias de emigración, de involucrarse en un entorno natural duro, de luchas existenciales, éxitos y tormentas, pérdidas, visiones y desesperación. 

Ellos fueron los primeros. La primera maestra, el primer herrero, la primera fotógrafa o el primer pianista. El primer médico. Se tendió la primera línea telefónica y alguien tuvo la primera radio. 

Y Carol fue la primera en ofrecer cabalgatas en los años ochenta. Ha conservado este espíritu pionero hasta nuestros días. Hacía tiempo que habíamos abandonado la pequeña sala con grandes ventanales de cristal, estábamos de pie en un fragante prado de flores de manzanilla y Jarred, su hijo, vino a reunirse con nosotros. Con una camisa de franela a cuadros y un sombrero de vaquero, estaba lavando una piel de oveja, quería secarla y curtirla para luego poder coser bolsillos. 

Las sombras se habían alargado, corría una ligera brisa y era hora de despedirse. Tomas se unió a nosotros, nos despedimos, subimos al coche y emprendimos el camino a casa. En el camino vimos a nuestros caballos estaban en un corral, descansando y mordisqueando con mucho cuidado un cardo mariano. Sólo mordían las flores moradas, ya que el tallo y las hojas eran demasiado espinosos. 

El sol había desaparecido tras las nubes. Y sentí que había un anhelo que no necesitaba resolverse. Miré al otro lado del lago y pensé

“Algo está siempre muy lejos.” 

Muchas gracias a mis amigas Carmen Perez y Cecila Davidek que me ayudaron con la traduccíon.

La tierra en un cuadro - Ulrike Arnold

"Trabajo sobre rocas, arena, piedras, polvo, extraigo la esencia, trituro el material con martillo, espátula, mortero y mis manos, raspo, espolvoreo y mezclo. Los granos finos se escurren entre mis dedos. Con agua y aglutinante, se convierten en los colores que dan forma a mis cuadros. Durante días estoy ahí fuera, experimentando el sol abrasador, el viento, las noches frías, buscando la soledad y sintiendo la peculiaridad del lugar. El cuadro surge de mí al aire libre, en conexión con la tierra. Se convierte en la memoria del lugar, es el momento almacenado, compuesto por el material milenario, al que se da una nueva forma sobre una tela de ortiga". 

Ulrike Arnold, Düsseldorf Junio de 2023.

En un caluroso día de verano, visito a Ulrike Arnold en su estudio del casco antiguo de Düsseldorf. Entro en un pequeño patio trasero, me paro frente a un edificio de ladrillo rojo, miro hacia arriba y veo los grandes ventanales de los estudios de varios artistas. En el hueco de la escalera siento el agradable frescor de las viejas paredes. Después de tres pisos, Ulrike Arnold está de pie frente a mí, radiante y abrazándome a modo de saludo. "¿Agua, café o las dos cosas?", me pregunta. Atravesamos una pequeña cocina y entramos en una gran sala de techos altos. Quedamos ante una larga mesa rodeada de los cuadros terrosos de Ulrike: grandes, granulados, en movimiento, ocres y marrones oxidados con destellos verdes y turquesas. 

Inmensos paisajes rocosos se presentan ante mi ojo interior: siento el viento seco, una claridad en el aire y mi propio sentido de la aventura que me había llevado a lugares similares. Conozco estos colores por mis viajes al norte de Argentina y por mis interminables caminatas en de estrechos desfiladeros y valles a través de la inmensidad que me regaló la Patagonia.

Ulrike toca algunos sonidos en su piano, así que puedo recorrer la sala en paz y contemplar a mi alrededor. Mi mirada se posa en finas y secas capas de tierra sobre tela de diferentes lugares de este planeta, momentos espaciales, energía almacenada de lugares de diferentes continentes, fuertes, vulnerables, de piel fina y a la vez sublimes.

Las imágenes de los cinco continentes relacionándose entre sí, contándose su existencia, irradian que es una, nuestra Tierra.

Buscamos el lugar más fresco de sus habitaciones, nos tomamos un café espreso y disfrutamos de una delicia de limón. Ulrike nos cuenta:
"La tierra siempre ha sido el tema de mi pintura. Sólo pinto en el exterior, pasando días y noches al aire libre, experimentando la luz, el viento, el frío, los animales, mi miedo y mi alegría. Con el momento uno y la inmensidad del horizonte a la vista, me siento yo mismo y quiero captar la esencia del lugar. A veces canto, bailo y siento la terrenalidad, convirtiéndome en parte del todo. Así encuentro por un momento mi lugar en el universo".

Hace un tiempo, Ulrike dirigió su mirada al cielo y empezó a pintar con polvo de meteoritos. Trozos, piedras, arenilla del espacio exterior, cometas que han volado millones de kilómetros a través del cosmos, procedentes de galaxias ajenas, todos han penetrado en la atmósfera terrestre a través del escudo térmico después de caer a tierra, encuentran una nueva forma en sus telas.


¿Quiénes somos nosotros cuando miramos este material que no es de esta Tierra?


En un lugar más alejado de la sala hay una imagen de ella que fue creada con colores de todas las partes de la Tierra. Ulrike lo llama "Pintura de un solo mundo". Es enorme y consta de dos partes. Si se pone en el suelo, se ve que es un signo de exclamación. "Prestadme atención", podría ser el mensaje.

Traducción: Cecilia Davidek

Nadar en aguas de la Patagonia

Es suave, sedoso, cristalino, incoloro, azul o turquesa. Cuando no hay viento, es inmóvil y suave. Puede reflejar el paisaje circundante. Los glaciares se deshielan, formando ríos, que caen a las profundidades, el agua sigue fluyendo y acaba primero en un lago. Luego hay un punto en el que el agua se desborda y vuelve a formar un río. Como el Río Limay, que nace en el Lago Nahuel Huapi.  Estos ríos cruzan Argentina y desembocan en el Atlántico. 

Lago Falkner

Lago Mascardi

Lago Mascardi

Quizás no pertenezco a esta tierra, pero sí a estas aguas.

Los lagos de la Patagonia son tan inmensos que en ellos se encuentran las montañas hasta la cima.   Ante mí se extiende una doble belleza sobrecogedora, y nado directamente hacia ella. Su profundidad puede ser aterradora. Los nadadores me han contado que se marean mirando a través de sus gafas por debajo de ellos mientras nadan por la superficie del agua sobre un abismo que encuentran amenazador. Esta profundidad nunca es negra, se vuelve azul cada vez más oscuro a medida que la luz se disuelve en ella.

Pampa Linda


Los lagos de la Patagonia son indescriptiblemente enormes. Lagos glaciares, con una profundidad de hasta 600 metros, a casi 800 metros de altitud, por ejemplo, como el Lago Nahuel Huapi, que conecta la selva valdiviana con la estepa. Hay tantos, tan grandes y tan hermosos. Algunos están a ambos lados de la frontera entre Argentina y Chile y tienen dos nombres distintos.  Montañas nevadas rodean extensiones de agua que parecen una bandeja de plata a la luz del sol.

El agua es pobre en minerales y tiene una temperatura de entre 12 y 15 grados hacia el final del verano. Puedo zambullirme en cualquier momento, en bañador, durante poco tiempo, unos cinco minutos. Si quiero nadar bien, tengo un traje de neopreno con mangas y piernas cortas para el verano. Cuando hace más frío, lo cambio por otro más grueso que me cubre todo el cuerpo.  Un buen gorro de natación hace que no se me moje el pelo. En primavera, cuando el agua está mucho más fría, durante el deshielo, a veces llevo calentadores de pulso cortados de un viejo traje de neopreno. Se me enfrían tanto las muñecas que me duelen. Con esta protección puedo permanecer más tiempo en el agua. 

Pampa Linda

Cerca del refugio Jacob

Lago Nahuel Huapi

Las primeras brazadas siguen siendo un poco agitadas. Mi piel toca el lago, el frío del agua penetra en mí, se me enfrían los ojos, los oídos, incluso los dientes de la boca, a veces duele. La respiración ayuda. Respirar de manera uniforme y moverse con constancia. Poco a poco, el agua penetra en el traje de neopreno. Pequeños riachuelos fluyen sobre la piel y la calientan. Es el calor de mi propio cuerpo el que se extiende entre la piel y el neopreno y se queda.  La sensación es agradable. Avanzo. Miro hacia la profunda oscuridad del lago. Pero también hacia arriba. Conozco mejor la vista del cielo. Siento calor.

Bahia Lopez

Pampa Linda

En la orilla, busco puntos de referencia para mantener la dirección, no nadar demasiado lejos y luego dar la vuelta a tiempo. Al nadar crowl es importante poder recuperar el aire por los dos lados, porque hasta el oleaje más pequeño puede hacerte tragar agua. El agua está limpia. Sigo nadando. 

Estoy sola en el agua. Y esta profunda experiencia de estar sola se transforma en algo completo. Tan plenamente como me siento a mí misma, siento el agua, los rayos del sol sumergiéndose a mi alrededor, el hormigueo de las burbujas bajo el agua, el viento en la cara al salir a la superficie y los latidos de mi corazón. Pero lo que siento con más fuerza, lo que viene de mis propias profundidades y se extiende por mi cuerpo, es un calor denso, un calor seco y reconfortante, que soy yo, que soy yo. 

Nado y nado, los brazos y las piernas se mueven por sí solas, los pensamientos se disuelven, el cuerpo nada con ligereza. El lago me ha acogido, me lleva un poco lejos, una distancia pequeña comparada con su inmenso tamaño. Cuando saco la cabeza del agua y nado hacia el sol, veo estrellas centelleantes en el agua, la luz del sol que se refleja baila sobre una superficie azul sedosa, las pequeñas olas que rompen tienen una brillante corona de espuma blanca. Y yo estoy en medio de todo. 

El calor se mantiene mientras estoy cómoda en el agua. Vuelvo antes de enfriarme. Busco la orilla, pronto siento el fondo bajo mis pies y doy los últimos pasos hasta mi ropa. Entonces, cuando me pongo la ropa, preferiblemente calcetines y un jersey de lana, siento mi propio calor durante un buen rato, cómo se extiende por mí y me hace bien. Echo un último vistazo al lago y me voy a casa.

Laguna de los Tempanos

Muchas de mis caminatas discurren primero por ríos y arroyos, a veces pasan por cascadas hasta llegar a lagunas o glaciares. Mientras camino, busco lugares donde uno pueda meterse en el agua, sin más, sumergirse, refrescarse un momento y volver a salir. Los arroyos forman pequeñas piletas, donde la corriente no es demasiado fuerte, simplemente me dejo llevar. 

"Nos dejamos llevar por la corriente .... Luego me quedé un rato junto al agua. Si delante de mí, en el agua que pasa, está el presente, ¿puede el río llevarse mi pasado? ¿O es el futuro hacia donde fluye? ¿Y de dónde viene? ¿Está el pasado río arriba, hacia la fuente? ¿Puede mi propio pasado fluir más allá de mí?" (de mi libro:”Die Stille kommt beim Gehen” Alemania Marzo 2022)

Rio Traful

Rio Caleufú

Sumergirse en aguas heladas también es posible en otoño e invierno. Siempre es refrescante y revitaliza el alma. La ropa de abrigo y un buen té caliente después del baño son parte de ello, y si luego tengo una habitación caliente, soy feliz. 

Painted into nature

PAINTED INTO NATURE

 

Bárbara Drausal - Pinturas al aire libre

 

„Este no es un bosque, es una galería de arte.” Así anunció el evento la pintora barilochense Bárbara Drausal. Con la ayuda de su familia y amigos, un sábado por la mañana colgamos 48 cuadros en los árboles de un camino a las afueras de Bariloche. Son menos los turistas que los habitantes de la ciudad los que utilizan este camino para correr, pasear o ir en bicicleta. El evento se anunció en la radio y en las redes sociales. Tras meses de confinamiento, la gente disfrutó del verano con o sin barbijo. El día se convirtió en un punto de encuentro, en un volver a verse por fin, abrazarse, tomar mate juntos y comer torta. En los árboles colgaban los cuadros que, con el sol, las sombras y el viento cambiaban constantemente a lo largo del día.

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Sin una buena idea no hay proyectos. Y sin espacio, paz y silencio no hay buenas ideas.

 

¿Y el momento anterior a la buena idea?

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Los cuadros de Bárbara están pintados desde la naturaleza. Así me parece a menudo. Mi mente, que siempre quiere percibir algo concreto, los conecta con lo viviente, con la esencia de la naturaleza. Y ellos mismos están vivos. Su árbol, su volcán, su viento pintado y el agua que fluye se disuelven en la extensión abstracta y, sin embargo, son elementos concretos de esta región, de la extensión de la Patagonia.

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A veces nos cuesta entender que lo humano es lo natural. En nuestra conciencia occidental, la cultura y la naturaleza se ven como algo separado o incluso contradictorio. Sin embargo, ambos nacen y ambos mueren. La cultura y la naturaleza tienen el mismo origen. Nuestro planeta está vivo y el viento tiene espíritu. Muchos dicen, “Eso no es cierto”. Y entonces susurro suavemente, “Y si lo fuera”.

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Los cuadros de Bárbara estuvieron colgados en ese camino durante todo un día. Unos adolescentes en motos de cross se detuvieron, se bajaron y apagaron el motor. Empujaron un poco las motos para que los cuadros no se llenaran de polvo. Se quedaron asombrados.

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Los cuadros están a la venta. Más fotos en barbaradrausal.blogspot.com o en Instagram en barbara_s_drausal

Into the beauty I walk

INTO THE BEAUTY I WALK



Emigrar es una decisión. Inmigrar, un proceso. Así que había decidido seguir a mi marido a Argentina el 25 de diciembre de 2020. Esta vez no podía ingresar como turista, ahora todo era distinto. „Reunificación familiar“ era la palabra clave oficial de la página web de la Embajada de la Argentina. Un camino burocrático con algunos obstáculos.

El viaje que había planeado era efectivamente un reencuentro con mi marido, pero también una separación, ya que nuestros dos hijos se quedarían en Alemania. Así se acordó.

Tenía ya un pasaje a Buenos Aires desde la época del primer confinamiento. Sólo tenía que cambiar la reserva. Debería presentar los siguientes documentos al hacer el check-in en el aeropuerto: el certificado de matrimonio; una carta explicando por qué quería reunirme con mi marido; una copia de su DNI argentino; una prueba PCR de no más de 72 horas; una declaración jurada de mis datos de no más de 48 horas y un seguro de viaje internacional que cubriera los costes de enfermedad por COVID 19.

La víspera de mi salida los periódicos argentinos publicaron que se suspendían algunas rutas de vuelo desde Europa debido a la aparición en Gran Bretaña de una nueva variante del virus. Alemania estaba en la lista. Fue un schock. ¿Significaba esto que no iba a poder entrar? ¿Que mi camino estaba bloqueado? Pensé en tomar algún desvío, pero también esto parecía inútil. Decidí aparentar que todo estaba bien y celebré la Nochebuena en paz y tranquilidad con Matthias y Tomás. Normalmente no suelo recordar las muchas noches de Navidad que hemos pasado juntos, pero no olvidaré fácilmente la intensidad y simplicidad de esas horas. Éramos y somos una familia fuerte, aunque no siempre estemos juntos.

 

A la mañana siguiente Matthias me llevó a la estación. Leyendo las noticias de Argentina en el tren, vi de repente que Alemania había desaparecido de la lista de los países cuyos vuelos iban a ser cancelados. Tenía el camino libre.

 

Llegué al check-in en Frankfurt con mucha antelación y presenté todos los documentos. “¿Motivo del viaje?”, fue lo primero que me preguntó la azafata, antes incluso de desearme “Feliz Navidad”. “Mi marido es argentino, vive allá”, expliqué. La siguiente pregunta me sorprendió mucho: “¿Cuánto tiempo hace que no lo ve?”. ¿De verdad quería saber eso?. “Unos meses”, respondí sorprendida. “Entonces le deseo mucha suerte en su nueva cita con un viejo conocido”. Se rió y me entregó la tarjeta de embarque y mis papeles.

 

El avión estaba prácticamente lleno. Me habían tomado la temperatura dos veces y habían comprobado mis documentos un mínimo de tres antes de permitirme embarcar. Se notaba claramente que yo no era turista porque era la única alemana  entre los muchos argentinos y paraguayos que regresaban a sus casas. Sólo en Ezeiza, el aeropuerto de Buenos Aires, conversé con un joven alemán que iba a visitar a su novia en Córdoba. Esto también era posible y se consideraba reunificación familiar.

 

Como siempre llegué a Buenos Aires por la mañana temprano. Había dormido bien y estaba deseando abrazar a la tía de Martín, una señora de 89 años que tenía ya un confinamiento de más de nueve meses a sus espaldas.  Me recibió  radiante, con los brazos abiertos. Me guardé rápidamente el barbijo en

la bolsa, contenta de encontrarla de tan buen humor. Al mediodía fuimos a almorzar. Las cafeterías y los restaurantes estaban abiertos y yo disfrutaba del calor y de los primeros pasos por la vereda desmoronada, pasando por delante de kioscos, negocios, peluquerías y peluquerías caninas. El ruido de la calle, gente con prisas, sandías apiladas a la venta, todo esto significaba una porción de libertad, tomar un poco de aire y respirar, porque yo venía de un mundo que quería quitarme el movimiento y ya no me permitía caminar y avanzar. Sentía lo que ya sabía de antes: “ si ando, me va bien”. Y todo va un poco mejor.

 

Martha y yo estuvimos contándonos historias hasta muy tarde. Antes había  comprado algo de comida por las calles de Recoleta para el viaje porque al día siguiente vendría a buscarme un amigo a las 6 de la mañana. Teníamos por delante un viaje de 1.700 kilómetros.

 

Desayuné a las 5 de la mañana con Martha, que llevaba una bata japonesa de seda. Sus ojos resplandecían. Me pregunté cuándo fue la última vez que tuvo visita y cuándo fue la última vez que ofreció a alguien una taza de té.

Una hora después, una mañana veraniega de domingo, dejaba una ciudad dormida en un auto repleto hasta el tope. Mariano, su novia Daniela y yo atravesamos Argentina, pasamos por varias provincias, por diferentes zonas horarias y climáticas, bajo un sol abrasador a 38 grados centígrados, por tormentas con relámpagos y granizo y ardientes  vientos tempestuosos. Rara vez nos deteníamos y siempre que yo manejaba algo poderoso se agitaba dentro de mí. Mi libertad interior revivía a la vista de la interminable pista de asfalto que se extendía ante mí. Sólo durante la pandemia he tomado conciencia realmente de lo importante que es para mí la libertad, mi libertad de pensar por mí misma y de actuar. En otros momentos de crisis ya había practicado el arte de estar presente en el momento y a la vez reflexionar sobre lo que está pasando. Sentir y comprender al mismo tiempo puede trascender la desesperación.

 

Mi corazón me mostró el camino. Sabía que dejaría la pampa en algún momento y que vería los Andes nevados. A veces contaba flamencos, ovejas o vacas. Otras veces soñaba con un después mejor.


Una vez cuando atardecía, iba detrás de un camión escoltado por delante y por detrás por autos de policía. Al llegar a un control fronterizo entre dos provincias el camión se detuvo, salieron los policías del puesto y, mínimo tres de ellos, hicieron fotografías del camión. Yo no entendía nada, sólo esperaba que no me controlaran porque no me había registrado oficialmente para pasar las fronteras entre las provincias. El camión se puso de nuevo en marcha, todos se despidieron amistosamente y a mí me dejaron pasar.

Sólo mucho tiempo después, en Bariloche,  vi una foto del camión en el periódico. Era la primera entrega de la vacuna que llegaba a la Patagonia.

 

 

El Paso del Córdoba

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Ya tenía algunas excursiones más cortas a mis espaldas cuando Silvana me llamó. Quería hacer una gira de tres días conmigo. Pasaríamos las noches en la naturaleza o en un camping, tendríamos que llevar provisiones y, según anunció, iba a hacer muchísimo calor. Acepté inmediatamente. Dos días más tarde atravesábamos el Valle Encantado a lo largo del río Limay hasta Confluencia, donde nos desviamos por un camino de ripio. El río Traful serpenteó junto a nosotras durante un tiempo, antes de que la ruta se adentrara gradualmente en las montañas.

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El Paso del Córdoba conecta Traful con San Martín de los Andes. En el río Caleufú nos detuvimos. Después de un baño en el azul helado continuamos. Nuestro destino era un camping a orillas del lago Filo Hua Hum. Sólo habíamos encontrado un auto durante todo el viaje, pero ahora en el camping volvimos a encontrarnos con otras personas. Tuvimos suerte porque quedaba aún un lugar para nosotras a orillas del lago.

Todavía teníamos un poco de tiempo antes de que se pusiera el sol. Caminamos alrededor del lago, recogimos menta de agua en el río, observamos a los pescadores con mosca, comimos las bayas oscuras de la planta de berberis y simplemente miramos hacia el cielo, donde gradualmente aparecieron las primeras estrellas. El zumbido de las libélulas, el salto de las truchas y los gritos de los teros  saciaron mi nostalgia de la realidad.

 

Silvana había traído un guiso vegetariano, que calentamos. Bebimos un vaso de vino y pusimos agua a hervir en el fuego para preparar una tisana con las hojas de menta fresca. Yo dormí en la carpa y mi amiga argentina junto al agua, en una funda de vivac hecha por ella misma.

 

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A la mañana siguiente salimos temprano. En línea recta, siempre en dirección al Cerro Falkner, una montaña que ya pertenece a la región de San Martin de los Andes. Hacía mucho, mucho calor y tuve que hacer más pausas de lo habitual.

 Hacia el mediodía me acosté bajo un árbol después de un pequeño almuerzo,  queso, pan de nueces y mermelada de frutillas (bebíamos siempre el agua de los ríos y lagos). Pensé en Matthias y Tomás en su casa de Alemania, en mis amigas y amigos. El significado de las palabras “confinamiento, prohibición de contacto, grupo de riesgo, distanciamiento, prohibición de viajar, etc.” quedaba tan lejos que  hacía tiempo que había olvidado dónde estaba mi barbijo, y no temía contagiarme de Silvana porque ella misma había enfermado violentamente de COVID unos meses antes y se había repuesto totalmente. Supuse que su cuerpo estaba lleno de anticuerpos. De todos modos, ella estaba más en forma y era unos años mayor que yo. Me había contado sus crisis vitales, y cuando tuve que volver a refrescarme la cabeza con el agua del lago, porque de lo contrario podría haberme  desmayado, recordé una frase que me había dicho un amigo en cierta ocasión :

 

“Cuando algo en tu vida se derrumba, y puede haber cientos de escenarios, siempre es una oportunidad para profundizar aún más en la vida.”

„Bueno, Luca“, pensé, „prepárate, sigue, sólo puede ser más intenso“.

El camino de regreso estaba inundado por el azul de los lagos y del cielo. Las rocas brillaban con el calor. Me dolía el cuerpo, pero no me importaba.

 A la mañana siguiente me apetecía desayunar en la terraza de la recepción del camping. El café me activaría la circulación y en mi nariz  seguía el recuerdo del olor a pan casero que había visto el día anterior en la cocina. Convencí a Silvana, que agarró inmediatamente su celular porque sólo allá se tenía Internet, al menos a veces.

 

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Conocí a Natalia, la nuera de la dueña del camping. Estaba dando una mano aquí durante el verano, nos sirvió el desayuno y nos hizo algunas sugerencias para las excursiones, pero luego nos habló de ella misma. Estudiaba en la universidad y estaba haciendo la tesina sobre el impacto de la pandemia en el turismo. Deseaba que los viajes tuvieran más sentido y que la gente tuviera una visión más intensa de lo diferente, lo desconocido y lo nuevo. Para ella, viajar significaba llegar a uno mismo, sin importar a dónde se fuera. Y estaba muy contenta de que los argentinos no “se escaparan” a Miami o a Uruguay este año, sino que conocieran mejor su propio país. Al pensar en esto, me acordé de los 81 millones de alemanes que debían viajar todos al mismo tiempo sólo por Alemania. ¿Cómo se suponía que iba a funcionar eso?

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El deseo de la gente de nuevos horizontes, de lo desconocido y lo nuevo permanecerá siempre. Forma parte de la esencia, de la vida.

 

Volví a nuestra parcela, desmonté la carpa, cargué todo en el auto y esperé a Silvana, que había vuelto a desaparecer brevemente en las montañas.

 

Hacia el mediodía emprendimos el camino de vuelta a casa. Estaba lista para ver, explorar y cruzar nuevos horizontes, sola o con Silvana.

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Cuando nos acercábamos a Bariloche y volvimos a tener conexión a Internet

sonó el celular de Silvana. Su hermana nos llamaba para invitarnos a recoger frambuesas en su jardín

 

Me permitieron llevarme a casa más que suficientes.

 

De Bariloche a Puerto Blest

Una caminata invernal

Hace unas semanas volví a Bariloche y hace unos días noté por primera vez un temblor de tierra. Lo sentí en todo el cuerpo y en la taza de café, que estaba sobre la mesa, se formaron pequeñas ondas. No se derramó nada porque estaba medio vacía. En un primer momento me asusté pero todo pasó rápidamente.

Comprendí que nunca pisaría terreno firme. La Tierra es así.

En el periódico del día siguiente encontré una noticia breve. Había sido un temblor de intensidad 6 en la escala de Richter y el epicentro estaba al otro lado de los Andes, en Chile, a unos 150 km en línea recta.

Ya desde mi llegada, el volcán Villarrica en Pucón, también en Chile, estaba en alerta naranja.

Y ayer en la Antártida se desprendió un iceberg gigantesco de la plataforma de hielo flotante del Polo Sur. Estas cosas pasan, no tienen nada que ver con el cambio climático, según la opinión de los científicos.

Un trozo de hielo diecisiete veces más grande que París anda flotando ahora por las aguas del Antártico. Se irá derritiendo lentamente. La Tierra es así.

Estos acontecimientos no se comentan mucho acá, acaso una mención de paso, pero a nadie le preocupan mucho. A mí tampoco.

Susana, una amiga de Bariloche, me había preguntado si quería hacer con ella una excursión de dos días. Iríamos a Puerto Blest en barco por el lago Nahuel Huapi. Allí hay un pequeño hotel inmerso en los Andes desde el que se pueden hacer algunas excursiones increíbles. Dije enseguida que sí, por supuesto.

Pasó a buscarme al día siguiente. El pronóstico del tiempo no era bueno: se esperaba lluvia, nieve y frío. Metí más equipaje de lo habitual para estos dos días.

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Nos adentramos diez kilómetros en las montañas, dejamos el auto en un estacionamiento vigilado del pequeño “Puerto Pañuelo”, enfrente del grandioso hotel Llao Llao y embarcamos en un moderno catamarán.

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Saliendo del puerto pasamos junto a un impresionante barco antiguo llamado “Modesta Victoria”. Esta embarcación tiene más de ochenta años y aún sigue transportando diariamente a turistas a las islas del lago.

Después de que se sancionara por ley la creación del Parque Nacional Nahuel Huapi en 1934, se quiso impulsar también  el desarrollo del turismo en la zona. Por esta razón en 1935 se encargó la construcción del “Modesta Victoria”. La nave fue construida en un astillero de Amsterdam, desarmada y transportada a través del Atlántico. Mientras tanto se construyó en Bariloche un pequeño astillero junto al puerto para rearmar la embarcación a su llegada. La botadura tuvo lugar en 1938 en el lago Nahuel Huapi. En Europa había estallado la Segunda Guerra Mundial y viajar al Viejo Mundo era imposible para muchos argentinos. Ahora viajaban en su propio país. De este modo empezó en Bariloche una floreciente actividad en el sector del turismo.

La mayoría de los pasajeros del catamarán no eran turistas. Había a bordo muchos chilenos que cruzaban de esta manera los Andes para llegar por la noche a Puerto Varas. En ocasiones esta era la única posibilidad de pasar en invierno a Chile por el sur, ya que a diferencia de los pasos por tierra, este paso por los lagos era accesible todo el año.

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El cruce completo comprende cuatro viajes en ómnibus y tres travesías en barco. Es una antigua ruta comercial entre Chile y Argentina. Un brazo del lago Nahuel Huapi se adentra en los Andes desde el lado argentino. Por el lado chileno el lago Todos los Santos penetra hacia el este de los Andes. Entre estos dos grandes lagos se encuentra el pequeño lago Frías y tres tramos por tierra, que se recorren en bus. La región de Puerto Blest es la más lluviosa de Argentina, la selva valdiviana, un bosque frío de lianas, bambú, fucsias, líquenes, helechos y alerces milenarios.

En cuanto subimos a bordo empezó a nevar. Hacía cada vez más viento y frío. A las gaviotas que seguían la embarcación no parecía importarles mucho. Sin embargo el barco tardó bastante más de la hora habitual en hacer la travesía. Me abrigué y subí a cubierta para tomar algunas fotografías. A ambos lados del lago sobresalían del agua oscuras montañas escarpadas parcialmente cubiertas de nieve. Nos encontrábamos sobre el punto más profundo del lago. Había cada vez menos luz y los colores habían desaparecido. El mundo estaba envuelto en tonos entre un blanco mate, el gris de la superficie del agua y el negro de las abruptas pendientes a izquierda y derecha. La embarcación navegaba en una Nada brumosa.

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Tardamos casi dos horas en llegar a Puerto Blest. Primero desembarcaron los viajeros chilenos y cargaron con rapidez el equipaje en unos buses que los estaban esperando. Algunos jugaban con la nieve, no todos iban bien abrigados, muchos llevaban zapatillas o calzado bajo. Probablemente el tiempo les había sorprendido. Susana y yo tomamos nuestras mochilas y entramos en el hotel. Como las camareras de pisos también venían en nuestro barco, tuvimos que esperar una hora antes de poder subir a la habitación. Desde la ventana se veía el lago pero con los copos de nieve apenas se distinguía. Nos abrigamos bien, metimos algo de comer en la mochila y salimos del hotel.

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Lo primero que me llamó la atención fue la calma, el silencio que nos rodeaba. Susana y yo estábamos solas, no había más huellas en la nieve. El sendero se adentraba por un entablonado de madera en la selva valdiviana, siempre verde, subantártica, con una vegetación exuberante ahora cubierta de nieve. Este bosque húmedo se extiende desde la costa del Pacífico en Chile hasta el interior de la cordillera de los Andes y está  considerado como uno de los bosques más frondosos del planeta.

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De pronto oímos cantar a un pájaro. Conocía ya ese sonido de la isla Chiloé.

Era el saludo del chucao, un pequeño pájaro muy difícil de ver. Vive en el corazón del bosque, le gusta anidar en los suelos húmedos y limosos y se mueve con gran rapidez. Entretanto me he familiarizado con su canto y disfruto cuando lo oigo.

Pasamos por la atronadora Cascada Los Cántaros y por unas lagunas. No paraba de nevar. Poco a poco la fría humedad se iba metiendo por nuestros chubasqueros y anoraks, pero no teníamos intención de regresar, hasta que llegamos a un sitio donde Susana dijo: “estamos cerca de la Heladera”. Se refería a la lengua de un glaciar que encontraríamos siguiendo el camino. Como había nevado tanto y solo llevábamos calzado normal de montaña, sin botas de nieve ni crampones en la mochila, decidimos dar media vuelta

Buscamos un lugar seco y sacamos las provisiones. Susana había traído una lata de atún, unas hojas de lechuga, pan y una palta; yo, empanadas caseras rellenas de acelgas, nueces y queso. Habíamos rellenado el termo con agua caliente en el hotel, así que pudimos hacernos una infusión de jengibre.

Y mientras saciábamos el hambre salió un momento el sol, tan intenso, que se desprendía vapor de las camperas mojadas. Sentía el calor del sol penetrando el plumón húmedo de mi anorak.

Volvimos a guardar todo y poco a poco emprendimos la vuelta. Preferimos no hacer pausas porque hacía tanto frío que teníamos que movernos continuamente  para no quedarnos congelada.

En el hotel Puerto Blest nos permitieron extender nuestras cosas mojadas en el piso de la habitación más caliente. Una ducha de agua caliente y una cena deliciosa nos esperaban.

La tormenta de nieve empeoró durante la noche.

A la mañana siguiente había aún más nieve, pero pudimos disfrutar del sol que brillaba en la montaña, en el lago y en el bosque frío.

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Después de desayunar caminamos hasta el lago Frías y lo cruzamos en un pequeño catamarán. Algunos cóndores volaban en círculos sobre nuestras cabezas y un pasajero argentino me contó que estas aves pueden alcanzar una altura de hasta 7.000 m.

El cielo estaba azul y sin embargo no se podía ver la cima del volcán Tronador, unas nubes se habían colgado de sus tres picos. Se adivinaban solamente los glaciares en sus laderas empinadas.

Tras un breve tramo llegamos al embarcadero. Los viajeros chilenos fueron al control fronterizo y a la aduana y después al ómnibus  que los estaba esperando para continuar su travesía de los Andes.

Nosotras habíamos arribado a la estación final. Regresamos en el mismo catamarán, anduvimos por el bosque hasta el hotel y volvimos a casa por el lago Nahuel Huapi.

En Bariloche hacía un poquito más de calor. Pero la selva fría y cubierta de nieve nos había fascinado.

Sapucai, Rio Chubut, Patagonia

SAPUCAI, RÍO CHUBUT, PATAGONIA

Carmen vino a visitarnos unos días en Bariloche. Subimos juntas caminando hasta el Refugio Frey, disfrutamos de las impresionantes vistas desde el Cerro Llao Llao y fuimos con Martín por Villa La Angostura a Chile a bañarnos en unos manantiales de agua caliente. Pero la excursión más emocionante empezó una mañana soleada a la puerta de la casa de nuestra amiga Bárbara.

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A las 9.30 en punto llegaron Flor y Dominique en un pick-up, cargaron nuestras mochilas y comenzó el viaje.

El Bolson

El Bolson

La primera escala era El Bolsón, a 100 km al sur de Bariloche, rodeando lagos por la legendaria Ruta 40 que va desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

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Rio Chubut

Rio Chubut

Después de una pequeña parada en El Bolsón abandonamos la Ruta 40 y continuamos hacia El Maitén. Al cabo de algunos kilómetros dejamos la carretera asfaltada y seguimos por un camino pedregoso el río Chubut aguas arriba. Atravesamos la estepa patagónica, conscientes de que más allá del horizonte se alzaban las cumbres nevadas de los Andes, donde nace el río  Chubut, que fluye luego de oeste a este para, tras 800 km de recorrido,  desembocar finalmente en el Atlantico. En la lengua de los tehuelches, los habitantes originarios de estas tierras, “chubut” significa “claro”, “transparente”. Debido a su gran contenido en oro hubo incluso en el curso alto del río una mina de oro, hoy en desuso. Estábamos al final de la primavera y en invierno había nevado mucho por lo que el río estaba crecido. Afortunadamente pudimos vadearlo primero en auto, luego a pie y más adelante a caballo.

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Tras otra hora más de viaje aventurero llegamos por fin a la pequeña granja de Tammy y Dominique, dos casas de madera junto al río rodeadas de álamos y praderas. En los prados pastaban los caballos. Horaldo nos había preparado un asado y en la cabaña estaba puesta la mesa. Con el asado había ensalada, pan casero y agua de limón con menta fresca que crecía ahí cerca junto a un arroyuelo. De postre, un flan enorme.


Sacupai

Sacupai

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No había electricidad ni Internet y mis pensamientos se disolvieron en el polvo en el horizonte montañoso)

Después de comer nos bañamos en el río y nos dejamos arrastrar por la corriente. Mientras caminábamos al atardecer aparecieron las primeras estrellas en el cielo y decidí pasar la noche a la intemperie.

Tenía una buena bolsa de dormir y un gorro de lana. La Vía Láctea pasaba justo sobre mi cabeza y a mis pies brillaba la Cruz del Sur. Me dormí enseguida, hasta las cinco de la madrugada. Vi con alegría que ya salía humo por la chimenea de la cabaña. Flor estaba también despierta y había hecho café.

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A las 9.30 salimos para visitar a los Miranda, una familia de pobladores que vivía  a tres horas a pie río arriba. El abuelo de la familia había emigrado desde Chile para establecerse aquí, en el curso alto del Chubut al pie de la mina de oro abandonada. Además de su casa, los Miranda usaban el cobertizo y la capillita de los antiguos mineros. Blanca había cocinado pasta y Manuel, su marido, había preparado cabrito al horno. Antes y después de comer nos ofrecieron mate. Era la primera vez que Carmen tomaba mate y cometió tantos errores que los dos primos Daniel y Manuel no pudieron contener la risa.

El dueño de la casa, don Manuel, nos mostró su caballo de carreras, que había ganado ya varios premios y después de una pequeña siesta regresamos a la granja de Tammy.

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En Sacupai Horaldo había ensillado ya dos caballos para Carmen y para mí, así que junto con Dominique pudimos cruzar al atardecer el Chubut, esta vez río abajo.

El sol se puso tarde. En la cabaña nos esperaba sobre el fuego una cena deliciosa y esta vez decidí tener un techo sobre mi cabeza para dormir.

A la mañana siguiente, después de un desayuno maravilloso con huevos frescos, Dominique nos llevó felices y contentas de vuelta a Bariloche.

Volveré. Sacupai es un lugar pero también un espacio del alma.

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In the Middle of Germany

Una excursión por las montañas de Rothaargebirge

Eran las semanas más calurosas del año, el termómetro rozando siempre los 40º y pensamos que en Sauerland a una altitud de 800 m quizás haría más fresco. Carmen y yo encontramos un hotelito muy bonito en Willingen y reservamos una habitación para dos noches. 

http://www.angelikas-hotel.de/

Cuando llegamos Angelika y su hija, las propietarias del hotel, nos aconsejaron una ruta de senderismo, Rothaarsteig, de Brilon a Willingen, un recorrido de unos 20 km en su mayor parte por bosque que hicimos ese mismo día.

Angelika nos llevó en coche hasta Petersborn, al sur de Brilon, y allí empezamos. Queríamos llegar al mediodía hasta Bruchhausener Steine, unas formaciones rocosas impresionantes que se ven desde lejos sobresaliendo del bosque. Antes se pasa por las ruinas de un poblado de 1000 años de antigüedad cercanas a una encantadora capilla, la Friedenskirche o iglesia de la paz. Este es un Lugar de Poder, de los que  encontraríamos más a lo largo del camino.

 

En Bruchhausen nos paramos a recuperar fuerzas en el Rosenbogen, un café-restaurante de una finca donde comimos gofres de espelta  con requesón de finas hierbas. Queríamos algo ligero porque realmente hacía mucho calor.

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Desde allí retomamos el camino a Willingen, ahora otra vez muy empinado.

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La siguiente etapa era Richtplatz, a donde llegamos completamente rendidas.

 

Al día siguiente escogimos un sendero por Hochheide, un terreno de brezales, hasta el Langenberg, que con 843 m es la montaña más alta del Norte de Renania-Westfalia. En Willingen hay una estación de esquí y pudimos subir en góndola. Nos sorprendió encontrar tal abundancia de arándanos silvestres a los lados del camino.

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Estos son los bosques de los hermanos Grimm de Göttingen; los bosques por los que paseaba el escritor ya olvidado Jürgen von der Wense; los  bosques que azotó el huracán Kyrill en enero de 2007 a una velocidad de 225 km/hora; bosques en los que se guarda silencio y se escucha a los pájaros.

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Y así el Sendero Dorado o Goldener Pfad resultó ser otra sorpresa que nos invitó a una pequeña meditación contemplando las copas de los árboles. 

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Pasando el Langenberg volvimos al hotel en Willingen.

 

El alojamiento de Willingen fue una buena elección y les agradecemos a Angelika y a su hija el amable recibimiento y el trato recibido.

Del Lago Nahuel Huapi a la Costa del Pacífico

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Siete días en Chile

„Ya solo hago viajes con un significado profundo“ , me dijo hace poco una buena amiga.

Seguimos hablando y olvidé la frase. Después no volvió a surgir la oportunidad de preguntar qué quería decir con eso exactamente. En nuestro viaje de Bariloche a Chile a través de  los Andes me acordaba continuamente de esta frase, sin tener la menor idea de si nuestro viaje tendría ese significado profundo.

Martín y yo salimos de Bariloche por la mañana temprano. Tomamos la ruta 40 por El Bolsón y Esquel, adentrándonos cada vez más en los Andes hasta llegar a la frontera chilena a través de un paso entre las montañas. Hicimos una breve parada y media hora después llegamos a una pequeña y tranquila población, Futaleufú. Era domingo y se celebraban elecciones, en la escuela, la calle anterior estaba cerrada. Había letreros en todos los restaurantes: “Hoy no hay alcohol”.

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Futaleufú

Futaleufú

Pasamos los tres primeros días de nuestro viaje con nuestros amigos argentinos y sus dos niños,  y Víctor, que es muy aficionado a la pesca, encontró enseguida un lugar apropiado en el río. Mientras él pescaba, Martín y yo nos pusimos los trajes de neopreno.

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Rio Espolón

Rio Espolón

 

“¡Vamos, Luca!, allí arriba empezamos a nadar, ven siempre detrás de mí y allá abajo, donde la corriente no es tan fuerte, salimos del agua”.

Sentí una mezcla de miedo y emoción y al mismo tiempo supe cuánto iba a enojarme si no saltaba al agua. No había pasado mucho tiempo desde el deshielo y el agua estaba a unos 4º C.

Había tenido miedo muchas veces en mi vida, por mí y por otros.

Fear can stop you but you can stop fear.

Entonces tomé la decisión y me lancé al agua congelada. En ese momento la corriente me arrastró, a mí, a mi cuerpo y al miedo.

¡Qué sensación tan agradable! Martín nadaba delante de mí, le alcancé y gritó: “ ¡salimos ahí delante!”, porque un poco más abajo estaba Víctor pescando. Di unas cuantas brazadas  y noté de nuevo la tierra bajo mis pies. Volví a meterme enseguida otra vez en el río.

Al día siguiente fuimos hasta Chaitén, una pequeña población en la costa del Pacífico. No había oído hablar nunca de este lugar, solo sabía que desde aquí un pequeño transbordador nos llevaría a la isla Chiloé. Nada más llegar tuve una sensación de opresión“. Aquí hay algo raro”, sentía yo aunque no sabía qué era. Después me dijeron lo que sucedió el 8 de mayo de 2008.

 

Unos días antes del 8 de mayo un terremoto de intensidad 4,1 sorprendió al pueblecito y a sus 3.300 habitantes. Poco después una lluvia de ceniza cubrió la zona con una capa de 15 cm, con lo que el agua potable quedó inutilizada. Se empezó a evacuar a las primeras personas, la mayoría fueron transportadas en barcas a la cercana isla Chiloé. Unos días después el “pequeño” volcán Chaitén entró en erupción. Las masas de lava y de lodo destruyeron trescientas casas.

 

Setecientas personas han vuelto hasta hoy. Algunos restaurantes han abierto de nuevo, así como un hotel, una escuela y un pequeño centro de salud.

 

Chaitén está rodeado de grandes volcanes activos pero nadie contaba con que el más pequeño pudiera producir esa catástrofe ya que la última gran erupción se produjo en 7420 a. C.

 

Por la tarde salió el sol y no había viento así que, por primera vez, pude salir  al Pacífico con la tabla de SUP.

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Nunca podemos saber con seguridad lo que va a pasar.

 

Aunque ya llevo dos semanas en Sudamérica sigo despertándome por las mañanas sobre las cinco o las seis. Esa mañana también. Entonces me fui a la playa y no podía creer lo que estaba viendo. El día anterior tapado por las nubes, se descubrió de repente majestuosamente  ante mí: la cima del volcán Corcovado. Respiré hondo un par de veces, estaba fascinada y corrí rápidamente a casa a buscar la cámara.

 

¡Qué estupidez correr tras una foto!, porque cuando volví el volcán ya había desaparecido detrás de las nubes. ¡ Qué ilusa! Mientras estoy ahí sentada riéndome de mí misma aparecen de pronto dos delfines por la izquierda y pasan nadando ante mí. Se sumergen, vuelven a emerger, los dos idénticos. Me encanta este saludo y me conmueve en lo más profundo. Ni acordarme de que tenía la cámara en la mano.

 

Por la tarde tomamos el transbordador a la isla Chiloé.

 

Las playas y los mercados son tan divinos como las iglesias.

 

A la vuelta de Chiloé, ya en tierra firme y en dirección norte, llegamos al día siguiente a Tirúa.

 

En la radio sonaba un tango, “Mar de fondo”. Escuchando los bajos del bandoneón me imaginaba las ondas subterráneas, los movimientos profundos del mar, la razón de la existencia.

 

 

Algunos surfistas de Bariloche iban a ir a Tirúa  y para nuestra sorpresa nos encontramos de repente en medio de un festival de windsurf en el que participaba toda la ciudad.

 

Stormy day, happy windsurfer.

 

 

El tercer día continuamos el viaje porque queríamos volver a las montañas, a las Termas Geométricas, cerca de Pucón.

 

Pasamos la noche en Pucón y al día siguiente volvimos a Bariloche atravesando los Andes.

 

La naturaleza puede ser mágica.

 

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Feliz y contenta no me pregunté ni un segundo más por el significado profundo de este viaje.

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#Lightlichtluz

LIGHTLUZLICHT

 

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Andalucía en la luz del verano

 

 

Es la segunda vez que Martín y yo  vamos en coche a Andalucía y de nuevo nos llama la atención cómo va cambiando la luz en nuestro viaje hacia el Sur. Así como se han establecido zonas horarias con relación a los meridianos, se podría también dividir el eje Norte-Sur en dirección al ecuador en zonas de luz. La primera estaría para nosotros a la altura de Burdeos. Con cielo despejado, al mediodía todo parece de pronto más luminoso y el verde de los pinos es más intenso que en Alemania.

 

La segunda zona de luz la atravesamos en Extremadura el segundo día de nuestro viaje por España.

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Nunca he visto el mundo tan luminoso como aquí. La radio anuncia una ola de calor para los próximos días. Y mis ojos recorren el lejano horizonte infinito.

 

Con tanta luz miro el mundo a través de los rayos de sol y todo parece más transparente, más nítido y claro.

 

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He dejado de usar las gafas de sol pero tengo cuidado de no mirar directamente al sol. Uso una gorra para poder abrir bien los ojos y me asombra cuánta luz son capaces de absorber

 

Con la luz podemos distinguir lo que es.

La luz está viva.

La luz calienta.

La luz ilumina el mundo.

 

Con los ojos me sumerjo en el cielo. O miro desde mi tabla en la profundidad del agua.  Es como si mirara en mi propia alma. Cuanta más luz entra, más clara y profundamente puedo distinguir todo. Y aprendo a respirar la luz del sol, un momento sublime.

 

Suaves olas mueven la tabla.

 

Mi cuerpo reconoce este movimiento y se balancea levemente con el agua.

 

Un mar de luz envuelve el mundo en magia.

 

Vejer de la Frontera

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Wandern and yoga changes body and mind

¡LAS MONTAÑAS SON FABULOSAS!

 

Sucedió en la Veggiworld de Dusseldorf. Carmen y yo entramos muy temprano en el pabellón de la feria y unos pasos más adelante habíamos entablado conversación con el propietario de un hotel, el „Naturhotel Lechllife.

Nos habló de las montañas de Reutte, en el Tirol, de la cocina vegana de su hotel, de las posibilidades de senderismo en la región y de una sala de yoga para grupos.

De repente caí en la cuenta de que tomando el teleférico cercano era posible caminar hasta elValle de Tannheim, el refugio Gimpel y el Rote Flüh, todos ellos lugares que conocía de mi infancia.

Habíamos tomado una decisión. Yoga y senderismo se fundieron en nuestra mente. Carmen estaba entusiasmada. Nuestra próxima meta estaba clara.

De una idea surgió un plan que acabó convirtiéndose en una hermosa realidad y en una aventura.

Seis mujeres más se apuntaron a la excursión.

 

 

El primer día subimos al Gehrenjoch. El Valle del Lech se extendía a nuestros pies y al frente el Gehrenalpe y el pico Gehre. Era un día muy caluroso de principio de verano ylas flores alpinas resplandecían en los prados.

My innermost goes through the silence of nature.

Cuando camino soy consciente de las veces que me pierdo en mi propia razón, enpensar en voz alta o en el parloteo interior.

Solo el camino me trae de nuevo a mí misma - y especialmente el ascenso- ya que ahí me concentro nada más que en mi propia respiración, como en el yoga. Y bajo las imponentes cumbres dirijo toda mi atencióna mi cuerpo. Las piernas saben por sí solas dónde tienen que pisar y qué piedra aguantará mi peso.

 

 

Mi cuerpo había aprendido a sobrevivir en tiempos difíciles pero ahora yo le susurraba que viviera con toda la intensidad, hasta la médula. Era una sensación maravillosa.

Regresamos tras un descanso en Gehrenalpe y esperamos con expectación la primera clase de yoga con Boris.

 

That was one day or day one.

 

El segundo día íbamos más calladas porque el ascenso era más largo. Nuestra meta era el Schneetalalpe, después de pasar por un sendero de montaña en dirección al refugio Gimpel. Desde allí se ve el lago Halden, en el valle deTannheim. Por este valle transcurre la “Vía Salina”, una antigua ruta de la sal.

 

Algunas del grupo hacían trekking por primera vez y otras guardaban un mal recuerdo de la infancia, pero “becoming a beginner again keeps you young”. Y feliz. Era una nueva vieja experiencia y una sensación maravillosa.

 

Y por la tarde, yoga con Boris otra vez.

 

Susann lo expresó de forma certera: “ con Boris nos ha tocado la lotería “

Su “OM” nos abría los corazones desde el primer tono. Las vibraciones en la sala eran palpables- y siguen vibrando en mí-cuando, después de un ejercicio, decía: “make a pillow with your hands and relax…”. Era fabuloso.

 

El dueño del hotel, Manfred Kühbacher, tuvo al día siguiente la genial idea de recomendarnos una sesión de yoga en el Frauensee, a cinco kilómetros del hotel. Este lago es un antiguo lugar de culto celta, tiene 40 metros de profundidad y una temperatura agradable. Es decir,” un lugar de poder”.

 

Carmen me preguntó entonces cómo se reconoce un lugar de poder. La verdad es que yo tampoco estaba muy segura pero la respuesta me salió sin pensarlo :„ cuando sales de allí, tienes una sensación de plenitud“. Y exactamente así fue.

Esta clase de yoga en una pradera de flores, a la orilla del lago y la montaña sobre nosotras fue sensacional, y la tengo grabada para siempre en el corazón.

„ Una gran belleza eterna recorre el mundo„

Rainer Maria Rilke

 

 

Ese mismo día subimos en  teleférico desde Grän hasta FüssenerJöchle y luego caminando hasta Schartschrofen. Christiane, Carmen y yo llegamos hasta la cumbre. En las cimas de los Alpes hay cruces de las que cuelga una cajita metálica para guardar el libro de la cima y donde la gente puede escribir su nombre. En los Andes o en los Pirineos no existe esto.

 

When you go over rocks keep your mind relaxed.

 

Aunque no era una cumbre realmente alta, por un instante notamos sin embargo que es posible superarse a sí mismo y, al mismo tiempo, percibir algo que es más grande que nosotros mismos.  Es una sensación maravillosa.

Mi agradecimiento a Susann, Christiane, Sandra, Katrin, Bettina y Karin.

Y por supuesto a Carmen, porque ir con ella es ir a la montaña con la alegría en persona.

Muchas gracias a todas por estos días espléndidos en Austria.

And next time?

We’ll share the shelter….(de: „Is this love“, de Bob Marley)

 

 

 

Nobody said it would be easy...

Tomás Saraceno en Düsseldorf

 

 

Tomás Saraceno es un arquitecto y artista argentino. Nació en Tucumán y vive actualmente en Berlín. En el museo Ständehaus de Dusseldorf ha suspendido una construcción por la que los visitantes pueden transitar y que ha llamado "in Orbit". (Me imagino lo que ha querido decir con esto y lo he traducido libremente como "estar en su camino"). Sentía mucha curiosidad por verla.

in orbit

in orbit

 

Él mismo describe su obra como " una cósmica estructura abierta, que se convierte en tejido densificado, ramificado, antes de fluir de nuevo hacia las líneas en sus bordes."

 

Para él la instalación visualiza "el continuo espacio-tiempo, la tela tridimensional de una araña, las ramificaciones de la materia en el cerebro, la materia oscura o la estructura del universo. Con "In Orbit" las proporciones entran en nuevas relaciones, los cuerpos humanos se convierten en planetas, moléculas o agujeros negros sociales."

Queríamos tocar la red y movernos por ella, así que fuimos a la exposición.

Primero él y luego yo. Y por supuesto con nuestra nueva cámara.

Con mi ojo pegado al visor, veía a Matthias y notaba como reunía todo su valor para seguir su camino. Me impresionaba, pero mi sistema nervioso temblaba y sentía cada célula de mi cuerpo.

Maybe things can be frightening but they might also be extremely beautiful.

Maybe things can be frightening but they might also be extremely beautiful.

To be absolutely present is like a walk through universe.

To be absolutely present is like a walk through universe.

 

Después subí yo a la red y lo comprendí ,"si me conecto bien entre el cielo y la tierra, lo conseguiré ". La confianza en la vida disipa el miedo.

Fill the gap between you and life

Fill the gap between you and life

If you have nothing to do do it here.

If you have nothing to do do it here.

En el camino conmigo o sola a la Laguna Negra

 

 

Bariloche, Río Negro, Argentina

 

Que una mujer vaya sola no es precisamente lo que se recomienda en Argentina. Esto lo sé y me lo dicen también con frecuencia los del Club Andino, mis amigos y los empleados del Parque Nacional. Pero si no encuentro a nadie que quiera venir conmigo, quedarme en casa tampoco es la alternativa. Así que preparo la mochila y tomo algunas precauciones.

 

Elijo rutas que ya conozco, sé a partir de qué bifurcaciones ya no tengo cobertura, llevo siempre en el equipaje una batería externa, conozco los caminos más fáciles y valorar mi condición física. Le digo a Martín adónde voy y a qué hora pienso volver. Y otra cosa más: salgo más temprano que los argentinos, así siempre hay alguien detrás de mí. Y cuando el tiempo es estable me pongo en marcha.

 

Ya con los primeros pasos empiezo a notar algo de esa libertad interior que se experimenta al caminar. En esta ocasión la meta es la Laguna Negra, el refugio Segre. Martín me había llevado hasta el punto de partida del recorrido, un poco más allá de Colonia Suiza. Desde ahí hay que caminar varias horas a lo largo del arroyo Goye hasta una cascada, donde empieza la verdadera subida al refugio.

 

 

Pero apenas había andado unos pasos cuando vi que habían colocado un cartel : " Hoy el refugio está lleno". "Cielos", pensé, y tras meditarlo unos instantes decidí seguir de todas formas, pues ya encontraría un sitio en algún lugar.

 

Así que continúo y poco a poco se va desvaneciendo esa sensación de excitación por lo que estoy haciendo. Martín se ha ido, el camino se extiende ante mí y es en este momento, cuando afuera se ha hecho el silencio, que me doy cuenta de pronto del ruido de mis pensamientos: "¿Llevo todo lo que necesito? ¿Qué hora es? ¿Cuántas horas voy a caminar? ¿Qué hago si arriba efectivamente ya no queda sitio?" Preguntas totalmente inútiles que no me ayudan en lo más mínimo. Las dejo pasar y me concentro en el ritmo de mis pasos, que equivale más o menos a esa atención consciente en la respiración en el yoga. Entonces funciona. Funciona. Y los pensamientos se van.

 

Lo que queda es el silencio, cada vez más presente. Y de esta presencia surge la fuerza para andar, y el sol lo vuelve todo aún más luminoso y hermoso.

 

Han pasado entre dos y tres horas y todavía no me he encontrado a nadie. Me refresca sumergirme unos instantes en el arroyo. Y me viene a la memoria una conversación en Alemania con un médico de cuidados intensivos que me había hablado de su trabajo entre la vida y la muerte. A mi pregunta de cómo podía soportarlo a lo largo de los años me dijo, al tiempo que me mostraba una fotografía de la panorámica de una ciudad, " Este es mi rescuepoint. Aquí sólo soy yo mismo, aquí puedo ser." Le comprendí muy bien. Su lugar de evasión era un apartamento en Montmartre con una amplia vista sobre París.

 

Le comprendí mucho mejor de lo que se imaginaba pues la vida me había deparado profundas crisis, pero lo que siempre me había salvado habían sido esos momentos de retiro al margen de todo, de estar en el punto cero, al que siempre volvía cuanto más me golpeaba la vida. Pues ahí uno no se pierde en el mundo exterior ni tampoco en la razón.

El camino hacia nuestro centro es un camino hacia la libertad interior.

 

El murmullo de la cascada se hacía cada vez más fuerte y enseguida llegué al punto donde el camino sube abruptamente. Saqué los bastones de la mochila y comencé alegremente el ascenso. La senda subía y subía siguiendo el arroyo. El microclima cambió levemente y comenzaron a aparecer raras flores.

 

Una hora después llegué al refugio, ubicado idílicamente junto al lago. Abrí la puerta y para mi asombro allí había solo tres chicos, uno de ellos tocando la guitarra. "Everything will be alright". El cartel del valle era para el día anterior, me contó luego el guarda del refugio. La noche anterior se habían alojado dos clases de un colegio de Buenos Aires y al bajar habían olvidado quitarlo.

 

Disfruté de mi suerte, de una taza de té caliente y de una puesta de sol maravillosa. Para cenar había lentejas, pan casero y una copa de vino tinto. Los chicos eran cerveceros de La Plata y los únicos con quien compartí el refugio. El guarda, Julián, era de Buenos Aires.

 

Me acosté temprano pero puse el despertador a las dos de la mañana porque quería ver a toda costa el cielo estrellado.

 

Completamente aturdida me levante, salí al frío y al instante me sentí abrumada ante la vista del cielo nocturno. Hacía mucho tiempo que no veía la Vía Láctea brillar de esa manera.

 

Es en un momento así a más tardar, cuando uno renuncia a querer explicarlo todo. Contemplaba fascinada la extensión infinita, allá estaba el espacio y el espacio estaba en mí. Tranquilizada, volví a la la cama.

 

A la mañana siguiente me despertó el guarda del refugio. Ya eran las nueve y media y quería protestar porque habíamos acordado las siete y media. Julián se rió y dijo que solía hacer eso con los europeos porque siempre iban con prisas y estaban tan estresados. Pero también sabía que yo, a diferencia de los argentinos, iba a querer desayunar y al bajar las escaleras vi que el desayuno ya estaba preparado sobre la mesa. Café recién hecho, el pan delicioso, mantequilla y dulce de leche.

 

Después de desayunar me puse en marcha sin apresurarme, me despedí de los otros y disfruté muchísimo de la bajada.

 

Martín ya me estaba esperando en el sitio acordado y para mi sorpresa me había traído un sándwich, una mandarina y una botella de tónica helada.

 

Unos días después y a tres horas de vuelo de Bariloche, en las calles de Buenos Aires.

 

Un dia a lo largo del Rin

Recorrido por nuestra región

 

Carmen y yo recorremos de vez en cuando el trayecto entre Bad Honnef y Königswinter y como con frecuencia nos preguntan dónde está exactamente, voy a describir la ruta con un poco más de precisión. Dejamos el coche delante del museo de Hans Arp,enfrente del transbordador de Königswinter, y tomamos el tren de Rolandseck a Mehlem, un trayecto de 5 minutos. El tren sale cada hora. En Mehlem solo tenemos que cruzar la calle para llegar al transbordador de Bad Honnef, que nos lleva al otro lado del río a la estación de Drachenfelsen, donde comienza la ruta con el tramo más empinado de todo el recorrido hasta Drachenfelsen. Llegamos arriba después de 30 minutos y, si el tiempo es bueno, se puede contemplar el mayor río de Alemania. Dejamos a un lado el tren de cremallera y nos encaminamos hacia Milchhäuschen.

 

 

Paramos para tomar un café y seguimos después en dirección Bad Honnef (sur) o Löwenburg. La marca del Rheinsteig nos acompaña.

 

Y como ya conocemos bien el trayecto podemos concentrarnos en el camino.

 

También en aquello que encontramos al caminar.

 

 

 Por praderas de árboles frutales y pasando Löwenburg seguimos aún más de tres horas hasta llegar a Bad Honnef sur.

 

 

 El camino nos lleva a través del Muchenwiesental hasta el albergue juvenil de Bad Honnef, donde aprovechamos para tomar algo y para pedir un taxi, que nos lleva otra vez al transbordador. El museo de Hans Arp está enfrente del embarcadero, al otro lado. Parte de la colección de arte se expone en la antigua estación de ferrocarril de Rolandseck. Desde ahí, tomando un ascensor, se llega a una maravillosa construcción moderna con vistas a Siebengebirge y al lugar donde, según la leyenda, luchó Siegfried contra un dragón.

 

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En el museo hay una cafetería y siempre asocio esta cafetería con las charlas con Carmen, nuestra satisfacción y nuestras risas al final de una caminata.

 

 

Porque puede ser ligero, bonito y también dulce de vez en cuando.

From the seaside into the desert

La belleza sin forma

Entre Malibú y Yucca Valley

Cuando comencé este viaje me venía constantemente a la memoria una vieja amiga, no sabía aún por qué. Se llamaba Christina, viajaba con frecuencia y tenía una enfermedad incurable. Cada vez que regresaba de uno de sus viajes, iba a visitarla a Berlín porque me encantaban las descripciones que hacía de ellos. Disfrutaba escuchándola.

Recuerdo sus relatos de Egipto y de Italia. Narraba despacio, muy despacio. Algunas veces se quedaba callada mientras todo lo que había visto y vivido iba tomando forma de nuevo ante su ojo interior. Era tan intenso que, incluso a veces, yo podía ver las imágenes antes de que ella hubiera formulado su historia con palabras.

Ya no recuerdo esas imágenes, pero sí la belleza sin forma de esos momentos.

Cuando Christina venía de viaje con nosotros, había algunos que se enfadaban con ella porque siempre era la última, y se entretenía levantando una piedra por aquí, mirando otra vez por allá . Yo ya sabía entonces que no había nada de malo en ello, aunque el porqué no lo entendí hasta mucho después. Ella intuía que no le quedaban muchos años más y por eso todo lo vivía más lentamente y con más intensidad que nosotros.

Porque cuando no queda mucho tiempo, la solución no siempre es más y más rápido .

Este conocimiento me acompañó en el viaje y fotografié poco pero disfrutándolo, y sobre todo lo bello.

Mi viaje había comenzado en San Francisco y unos días después, en el Joshua Tree Park, leí la frase que Christina probablemente ya conocía entonces.

The faster the eye is moving the less you see.

Cuanto más rápido se mueve el ojo menos se ve.

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Bajamos por la costa hasta Malibú, allí nos quedamos tres días a orillas del mar y seguimos luego, pasando por Los Ángeles, en dirección a Palm Springs hasta nuestro siguiente alojamiento en Yucca Valley, para visitar desde ahí el Joshua Tree Park.

La belleza está en los ojos del que mira.

La belleza se hace visible en el espacio entre dos pensamientos.

Cuando se interrumpe el flujo de pensamientos, pueden surgir por unos instantes sentimientos de alegría, de paz profunda o de inmensa belleza. Estos momentos surgen a veces por casualidad, pero se dan con frecuencia en la naturaleza, en caso de un esfuerzo físico extremo, de rara belleza o de gran peligro.

What is wrong with this photo?

The haze... la neblina, la polución, que se extiende desde Los Ángeles por El Valle de Palm Springs.

What is special with this photo?

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The face... la cara...

What is strange with this photo?

This house lets the outside in, but does it let the inside out?

La casa deja entrar el exterior,¿pero deja salir el interior?

 

Nuestro viaje terminó en San Francisco otra vez. Y aquí me gustó mucho....

Un supermercado latinoamericano con dulce de leche, alfajores y Agua de Florida.

Mi traje nuevo de neopreno, que me sirve para nadar también en agua muy fría...

 

Surfing in Wissant

o “Haz un par de fotos...“

 

Voy a menudo con Martín a Wissant. Él practica el windsurf y yo camino, sola, por la orilla del mar. Casi siempre saco fotos, el mar, la luz y la costa. Son imágenes panorámicas que reflejan especialmente mi propio estado de ánimo, y si las contemplo ahora remueven mi interior, rara vez las viejas heridas, en la mayoría de los casos me alegran y mi corazón se abre con los recuerdos guardados en esas fotografías.

 

En esta ocasión Martín me pidió que le fotografiara haciendo windsurf. Esto supondría un reto especial para mí.

 

Martín es muy bueno practicando windsurf y le encanta cuando hay temporal. Ese día sin embargo tuve suerte porque, aunque hacía viento, estaba soleado. Me abrigué bien, renuncié al desayuno, tenía el sol a mi espalda y avancé un buen trecho. Había marea baja, un poco de bruma y la costa de Inglaterra no se veía a esa temprana hora de la mañana.

 

Nada más podía distraerme y me concentré en este único pensamiento. “Tienen que salir fotos realmente buenas“. Y en la conciencia del momento presente percibí una dinámica enorme de esa intención.

 

Ajusté la cámara en la A de automático  y me concentré en la foto. Hundí los pies en la arena, el agua me llegaba hasta las rodillas, los brazos pegados al cuerpo. Esto me conectó con la tierra y me ayudó a encontrar la mejor posición.

 

Observaba a Martín con mi cámara como a través de un catalejo. Primero me identifiqué con las olas, después con el surfista. Así, muy poco a poco, logré anticipar por una décima de segundo cuándo saltaría. Y cada vez que conseguía captar el momento exacto, habría podido saltar de alegría. Pero esto no era posible porque tenía los pies enterrados en la arena.

Cuando vi después las fotografías, me sorprendí de lo que había logrado y Martín me preguntó, si no tendría ganas yo también de aprender a hacer windsurf.

4 friends trekking the Channel Coast

ENTRE DOS CABOS

 

Al sur de Calais se extiende la Cote d’Opale, una bahía de 12 km entre los cabos Gris-Nez y Blanc-Nez. Dunas extensas, ambiente rural y paisaje ligeramente ondulado, todo brilla aquí con más intensidad que en mi tierra, es más amplio y espacioso, también en invierno. Esto nos hace bien y abre el corazón.

 

Somos viejas amigas, algunas no nos hemos visto desde hace años, pero lo que las cuatro tenemos en común son nuestros hijos, jóvenes adultos que ya han pasado el tiempo suficiente con nosotras. En los años precedentes podríamos haber hecho algunas cosas mejor, o de otra manera, o haber hecho más, o menos, ... pero lo importante ahora es darse cuenta de que en estos jóvenes se está formando y configurando algo que escapa a nuestro control. Es su propio destino, siguen su camino, a veces se desvían, pero nosotras solo podemos estar ahí y sentirnos contentas y felices de ser todos como somos. Es una sensación agradable y nos dejamos llevar, esta vez a lo largo de la costa del Canal de la Mancha.

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 Llegamos hacia el mediodía a casa de nuestra amiga francesa Marie Laure y de Pauline, su hija menor. Era el día más caluroso del verano y en la terraza, directamente detrás de las dunas de Tardinghen, nos esperaba un ligero almuerzo.

Después de comer podíamos elegir, caminar o ir a nadar. Escogimos ambas cosas y después de un baño refrescante, nos pusimos en camino hacia Wissant.

Si uno pasea a orillas del mar por la costa del Canal, tiene que tener mucho cuidado con las mareas, ya que con frecuencia el camino de vuelta puede no ser el mismo que el de ida. En ese caso hay caminos detrás,  por las dunas y los campos, desde los que se puede seguir contemplando la escarpada costa de Inglaterra.

 

Las rocas son un símbolo de fuerza reconfortante.

 

Hace 10.000 años el Canal de la Mancha era todavía un río, y el Rin y el Támesis eran sus afluentes. El nivel del mar, sin embargo, fue subiendo constantemente y las márgenes se convirtieron en costas cada vez más escarpadas. Hasta hoy el agua continúa inundando más y más tierra y los habitantes intentan poner a salvo sus casas, apilan rocas inmensas para construir diques y traen arena de otros lugares. ¡Ojalá aguante! La finca de nuestra amiga está un poco más atrás de las dunas y quizás se libre.

En Wissant descubrimos un nuevo bar de playa, tomamos un té frío y al lado alquilamos una tabla de Stand Up Paddle para el día siguiente. El mar iba a estar en calma y las condiciones eran óptimas para practicarlo.

Volvimos a Tardinghen al atardecer y esta vez nos decidimos por el camino entre las dunas.

Nuestra amigas francesas nos habían reservado un pequeño restaurante en las afueras de Wissant, „Le Green Bistrot“,  con jardín propio de hierbas aromáticas y comida biológica. Me complació enormemente que la joven Pauline también tuviera ganas de ir a cenar con nosotras. Con ella me sentía valorada y a gusto. Pauline vivió varios años en Singapur, en Alemania y en Nueva York y tenía un acento americano maravilloso que a mí me gustaba mucho. Nunca antes había oído ese inglés juvenil,  era para mí algo nuevo. Disfrutaba escuchándolo. Flotaba a veces una levedad en su voz de la que yo sólo podría aprender. Solamente en una ocasión, al hablar de la añoranza de Nueva York, sonó más grave. Pero fue un momento nada más y después volvió a reir.

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Tras la cena, nosotras tres, las que veníamos de Alemania, Carmen, Susann y yo, hicimos un pequeño trayecto en coche por el interior hasta el hotel „La Ferme du Vert“. El sol ya se había puesto y Carmen se asombraba de la carretera, tan oscura y estrecha. Realmente estaba tan oscuro que luego hasta pudimos ver estrellas fugaces desde la ventana.

 

A la mañana siguiente salimos de Tardinguen en dirección sur. Caminamos por la orilla del mar hasta el cabo Gris-Nez y a la vuelta tuvimos que atravesar de nuevo los campos porque la marea alta se había apropiado de nuestro camino.

 „A las colinas les gusta hablar de las montañas“

 Proverbio ruso

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Por la tarde fuimos a buscar la tabla de Stand Up Paddle.

 

Ever tried

Ever failed

No matter

Try again

Fail again

Fail better.

Samuel Beckett

 

 

 

Lo que también nos gustó .....

Las manzanas de verano del jardín de Marie Laure, maduradas con sol y mar.

Y su té inglés preparado en botella.

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Té verde frío con mango, de sabor suave y nada amargo---------

infusión hecha en frío---------

 

Nuestro hotel en el campo ----------------

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Recoge tus propias flores

Llévate el verano a casa

 

Todos los días paso en coche junto a un gran campo de flores. Desde lejos se ven los girasoles, un poco más adelante aparecen los gladiolos, espadas orgullosas que apuntan al cielo, y ya al final descubro las dalias, más pequeñas y especialmente encantadoras.

 

Me gustaría parar a recoger las flores y llevármelas a casa, pero casi nunca llevo dinero suelto encima para pagarlas. Esto me enoja cada vez.

 

Así que ayer agarré la mochila y la bicicleta, me puse en camino y al cabo de 20 minutos llegaba hasta las flores. Junto a la caja había varios cuchillitos para cortarlas.

 

Me sentía muy pequeña mientras me movía entre los altos girasoles buscando los más bonitos. Luego hice con ellos un ramo enorme, metí los tallos en la mochila, introduje las monedas en la caja y volví a casa pedaleando con mucho cuidado.

 

Ahora los girasoles resplandecen en el salón de mi casa y cuando se marchiten, los desecaré y guardaré las pipas para dárselas a los pájaros en invierno.

Happiness of a beginner

Fácil de aprender, sin mucha técnica, solo un buen sentido del equilibrio y ya puedo disfrutar de un caluroso día de verano en el agua.

Un domingo por la mañana, tranquilo, sin viento y cálido. La superficie del agua es un espejo. Por suerte hemos salido muy temprano y estamos todavía solos. Ideal para principiantes y para hacer los primeros ejercicios de yoga en la tabla.

 

Asselt, un pueblecito al otro lado de la frontera entre Alemania y Holanda cerca de Roermond, tiene un pequeño puerto de veleros y está situado en un brazo del río Maas.

 

Mi tabla no es muy grande, eso habría sido un poquito más fácil. Reacciona al mínimo movimiento, por eso ,al principio, lo mejor es simplemente dejarse llevar. Tres paladas a la derecha, tres a la izquierda, así deslizo hacia atrás mis pensamientos. La estela los recoge y los disuelve.

 

Respiro hondo, estoy centrada, de esta manera me dejo llevar por la suerte del principiante. Poco a poco la tabla y la pala se vuelven una prolongación de mi propio yo.

Mi conciencia del momento presente me mantiene en equilibrio un buen rato, puedo mirar hacia arriba y hacia atrás, arrodillarme con cuidado sin perder la estabilidad.

 

Pero, ¡ay! en cuanto salgo de este momento, se desliza un pensamiento hacia delante y entonces ocurre. El equilibrio desaparece, me tambaleo y ¡zas! estoy en el agua. Pero da igual, porque la sensación aquí es tan buena o mejor que arriba en la tabla. Me gusta mucho nadar, sobre todo al aire libre.

 

Así que tengo que subir otra vez a la tabla, encontrar el centro y continuar. Aparecen los primeros veleros y paso remando junto a un cisne negro y sus polluelos.

 

Las nubes se acuestan en el agua y lo que pasa en en cielo se refleja delante de mí.

 

¡Una mañana de domingo realmente hermosa...!

 

 

Tour Tirol Italiano 2016

Similaun y Pfossental

Cuando encontramos lugares con magia, sitios fantásticos en donde sólo se tienen pensamientos hermosos o quizás, incluso, no se tienen pensamientos, allí deseamos regresar siempre.

Hay un jardín maravilloso en las fuentes termales del hotel Villa Tivoli, Via Giuseppe Verdi 72, Merano. El romero crece aquí entre las rocas de pizarra y las aguas curativas fluyen directamente a la piscina.
Es la tercera vez que estoy aquí. Con Tomás, tras haber cruzado los Alpes, con Carmen, despúes de recorrer la Via Alta de Merano y ahora, de nuevo con Carmen al final de una ruta alpina.

Hacer trekking con mi amiga española es ir acompañada de la alegría pura. No importa qué largo sea el camino, qué alta la montaña o qué pesada la mochila. Carmen siempre se ríe.

Físicamente no estábamos igual de preparadas. Carmen estaba en plena forma porque había entrenado varias veces a la semana. Yo, por el contrario, me había lesionado el talón de Aquiles y durante semanas no había podido andar bien. Afortunadamente,  gracias al excelente masaje energético de Heike, suaves estiramientos y ejercicios ligeros, pude volver a caminar sin dolor unos días antes del comienzo de nuestro viaje.

Por fin, el 30 de junio salimos desde Tisenhof hacia el refugio Similaun. Es una subida fuerte hasta los 3.200 m y, como muy tarde a mitad del ascenso , uno se pregunta por qué lo hace. La respuesta es sencilla: es un auténtico placer contemplar desde arriba el lugar donde uno se encontraba antes. Mirando hacia atrás se veía siempre allá abajo el brillante y diminuto punto azul turquesa del embalse de Vernago.

El tiempo era inestable y parecía que caían rayos cuando alguna roca se desprendía desde lo alto. Nunca había oído nada parecido. Las rosas de los Alpes, miniesquejes de los grandes rododendros del Himalaya, nos acompañaban durante el camino, además de ranúnculos, prímulas y nomeolvides.

La flor es la luz de las hojas y a mayor altitud más intenso es su color, pues el verano es corto y puede incluso nevar.

El último tramo suele ser con frecuencia el más empinado. Sin embargo, no pensábamos en ello porque, de todos modos, uno no piensa mucho cuando sube constantemente. Nunca preguntábamos a los que bajaban cuánto nos quedaba aún. Teníamos nuestros propios trucos para superar los tramos peores pues cada flor, cada panorama o un trago de agua fresca del arroyo eran siempre una buena razón para detenerse y tomar aliento.

Pues puede ser liviano y durar más de lo que indican las guías de rutas.

El refugio Similaun está en el paso entre dos valles, el Schnals y el Ötz, entre el Tirol italiano y Austria, entre la vertiente soleada y los Alpes centrales. 
Aquí fue hallado en 1991, entre el hielo del glaciar, el Ötzi u hombre de Similaun, una momia de más de 5000 años. Además es el punto más alto de la E5, la clásica ruta transalpina.

Llegamos temprano al refugio y, para nuestra gran alegría, nos asignaron una habitación doble en lugar del dormitorio colectivo. Era un cuarto pequeño y austero para dos días y dos noches. Una moneda por tres minutos de ducha caliente, ropa seca y un descanso antes de la cena era todo lo que necesitábamos.

Poco a poco empezamos a sentir esa libertad que se expande cuando uno se concentra solo en lo esencial.

El día siguiente fue sensacional. Nos habría gustado subir por el glaciar hasta la cima del Similaun. Hubo quien lo hizo pero en grupo y con guía de montaña. Esa mañana el azul sobre nuestras cabezas era impresionante y mirábamos no hacia el cielo, si no dentro  del cielo. El horizonte era una línea nítida entre un blanco cegador y un azul clarísimo. Como no teníamos  crampones ni tampoco guía, decidimos caminar hasta el lugar del hallazgo del Ötzi pero enseguida nos topamos con un nevero. Se podía distinguir claramente el camino un poco más allá, pero delante de nosotras se abría una inclinada pendiente cubierta de nieve. En cuanto Carmen la vio, dijo:  “Bueno, bueno, bueno, Luca,  para mí no es“. La decisión estaba clarísima. Yo me aventuré, pero al cabo de unos metros me quedé atascada en la nieve y di media vuelta.

Nos habíamos rendido, que no es lo mismo que fracasar. Rendirse es una decisión consciente; fracasar es sufrir por haber fallado al final de un proceso inconsciente. Es como el guerrero y el luchador: el guerrero siempre sabe cuándo termina la lucha.

Después fuimos hasta el refugio Martin Busch, bebimos café de filtro e iniciamos el camino de vuelta saboreando con anticipación la alegría de vivir y el ambiente italiano del refugio Similaun. Este es más agradable, más bonito y confortable. La cena, además de calmar el hambre, es realmente sabrosa. En este refugio se respira una atención que va más allá de la mera utilidad.

Pues puede ser no solo liviano, sino también bonito. Se nota en las pequeñas cosas, en un gesto o en una mirada amable de la gente del Tirol italiano.

Con la ropa pasa lo mismo. En los Alpes del norte la ropa cumple su cometido de prenda funcional, preferiblemente de color negro o en tonos terrosos, combinada con una blusa a cuadros y una edelweiss estampada en algún sitio.
Sin embargo, los italianos también son elegantes en la montaña, las chaquetas son de talle corto y los colores se ven desde lejos. Hasta las botas son llamativas. Pues en todo puede haber levedad, placer y belleza.

La sabiduría en la montaña es simple: si uno sube, tiene que volver a bajar, con la diferencia de que bajando las ampollas salen en los dedos en lugar de en los talones. Si te giras durante el descenso, te sientes más pequeño y la posibilidad de resbalarse aumenta cuanto más mires hacia el valle.
La noche anterior, Carmen había tenido una pesadilla y, de repente, en la parte más inclinada de la bajada, sintió que el miedo no le dejaba continuar.
Como es muy cautelosa, se para a observar lo que le está pasando. Y eso me da tiempo a mí también a deterneme. Inspirar profundamente, confiar y un ejercicio conjunto de Integración en el Corazón son los pasos que nos llevan poco a poco hasta un pedregal donde ya no es tan empinado.

Son los pensamientos positivos los que disuelven el miedo.  Es un sentimiento intenso, más fuerte que la esperanza o la confianza, es fe, una palabra que no tiene traducción en alemán. La creencia  en el sentido de todas las cosas, en la plena luz y al mismo tiempo en lo que no tiene fin, disipa el miedo. 
No es sencillo el soltar , pero puede ser, y de pronto, es, muy liviano.

Por supuesto, logramos descender y en Kartaus encontramos un restaurante para la comida del mediodía: knödel de berenjena sin grasa, pues también la comida puede ser liviana.
Anne-Marie, la camarera, nos contó que había sufrido una embolia pulmonar y pensaba que ya nunca volvería a subir una montaña, y cómo durante la convalecencia empezó a intentarlo, un poco más arriba cada día, hasta que al cabo de dos años consiguió llegar por fin a la cima de un tres mil. ¡Qué hermoso! ¡Qué gusto!
También después de una grave crisis puede volver a ser liviano.

Pasamos la noche siguiente en el valle di Fosse (Pfossental), en el Mitterkaser Alm.
Las rutas de la Via Alta de Merano son más relajadas, invitan a la meditación y siempre se encuentra aquí o allá un paraje plano para poder hacer ejercicios de estiramiento.
El desayuno en el Mitterkaser Alm se compone, a excepción del café orgánico, de productos caseros: el jamón, el queso, el pan, la mantequilla y la mermelada, todo se elabora allí y tiene un sabor delicioso. Aunque la gente aquí trabaja mucho, tiene siempre tiempo para charlar un rato.

Con gusto hablan de su vida en la montaña y de la sensación de libertad. El hecho de que no muestren interés por lo que pasa más allá de sus montañas, se puede considerar como una especie de paz interior en el sentido budista. A nosotras nos gustó.

Esa mañana, el sol brillaba con tanta fuerza que los esquistos nos deslumbraban al andar. Llegamos hasta el final del valle, desde donde todavía hay una hora y media para llegar al refugio Stettin, o mejor dicho, al refugio provisional, ya que el original fue destruido por una avalancha de nieve hace dos años.  Vale la pena echar una ojeada a las fotos para hacerse una idea de lo que le depara el futuro a este lugar.

Hace tiempo que comprendí a qué se refiere un viejo amigo cuando dice que los Alpes son un jardín: la naturaleza salvaje ya no existe. Hasta la misma cima de las montañas es un paisaje cultural , una naturaleza influenciada y modificada por muchos pueblos. Bellos, majestuosos, peligrosos también, pero no salvajes, como otras montañas fuera de Europa.    

Salimos desde el Mitterkaser Alm, pasando por prados de lirios llorones, en dirección a Montferthof, en la Via Alta de Merano. Solo muy de vez en cuando nos cruzamos con alguien en el camino y así, caminando en ese silencio, se llega casi a un estado de trance.

Al cabo de un rato, la mente desconecta, te haces uno con el todo  y el pie sabe instintivamente qué piedra aguantará el cuerpo. Una energía mucho más grande asume de pronto el movimiento y en este momento ya no es necesaria ninguna técnica, el cuerpo  por sí solo va acumulando las experiencias en cada célula. 


Montferthof es una pequeña granja ecológica en una ladera empinada con sirope de menta, camas confortables y una comida deliciosa. Dormimos divinamente y más de lo habitual, y a la mañana siguiente tomamos el autobús de Katharinaberg a Merano. 

Hay gente que todos los años se plantea la misma pregunta: ¿al mar o a la montaña?
Tenemos la tendencia a comparar para excluir después una de las dos opciones. 
El verbasco, sin embargo, sabe hacerlo mejor, ya que lo mismo crece en los Alpes que en las dunas de Wissant.

Pues la montaña es la hermana del mar y el cielo brilla sobre ambos.

Lo que no he contado:

-    las dolorosas agujetas y mi estado de agotamiento en el aeropuerto de Verona
-    Paul, de Kartaus, quiere llevarnos en septiembre a la cima del Similaun
-    la mañana de compras por la Laubengasse de Merano
-    la decisión de Carmen de llevar solo 6 kg en la mochila el año que viene
-    las ganas de hacer excursiones juntas en Argentina, desde Bariloche
-    la alegría sin razón, que vibra en todo momento

 

Roca sonora – Los espíritus dormidos de las montañas

Con su voz puede despertar las energías ocultas de esta roca de porfirio. Introduzca la cabeza en una cavidad y susurre. La roca le devolverá el sonido en forma de vibración, que Usted sentirá hasta la punta de los pies. Lavibración es similar a un masaje curativo. Las culturas antiguas usaban estas oquedades de las rocas con fines terapéuticos, para la sanación y para la meditación.