El 1 de septiembre de 1998, a las 8 de la mañana, Benjamín Reynal, de 23 años, partió con sus dos caballos "El Pampa" y "Rosillo" hacia el norte de Argentina para conocerse a sí mismo y a su país.
Tenía en mis manos el libro de Benjamín titulado "El tiempo lento" y leía estas líneas impresas en la contratapa. Personalmente, conocí a Benjamín Reynal en un café del lago Gutiérrez. Actualmente él vive con su familia en Bariloche, ama el lago y la montaña y es escritor, bombero voluntario y empresario. En ese orden, me había recalcado. Nos volveríamos a ver después de que yo hubiera leído "El tiempo lento", tal como habíamos acordado. Cuando estaba yendo a su encuentro recordé cuándo y cómo supe por primera vez de Benjamín Reynal.
Había sido en uno de mis viajes de Bariloche a Alemania, probablemente hace tres o cuatro años, pasé un día en Buenos Aires y tuve tiempo suficiente para visitar la librería más grande y hermosa de la ciudad, El Ateneo, reconstruída en lo que fue un antiguo teatro. Entre los más de dos mil libros, fotolibros y mapas, me llamó la atención uno en particular. "Contra el fuego - Incendios, catástrofes y rescates desde la perspectiva de un bombero", de Benjamín Reynal, bombero de Melipal, un barrio de Bariloche. Lo compré, lo leí en mi casa en Alemania, me fascinaron sus descripciones, investigaciones y reportajes, y también sus experiencias, su proximidad a catástrofes, crisis y situaciones que ponen en peligro la vida. Los incendios forestales son una amenaza recurrente en los alrededores de Bariloche en verano y los rayos o los incendios mal apagados suelen ser la causa y nos aterrorizan a todos. Yo misma tengo miedo del cielo al rojo vivo, del aire cuando huele a humo o de las nubes oscuras moviéndose en el cielo, cada vez que hay un incendio en algún lugar próximo, escucho constantemente las noticias o llamo por teléfono a amigos que tal vez saben más que yo.
Cuando el año pasado se declaró un incendio en el Parque Nacional Nahuel Huapi, la única forma de llegar al bosque en llamas era a través del lago y los bomberos estuvieron en trabajando durante semanas hasta que una lluvia redentora acabó con el peligro. Me acordé del escritor y bombero de Melipal y me pregunté si habría estado en esa misión. Había olvidado el título y el nombre del autor, y el libro “Contra el fuego“ hacía tiempo que estaba en el fondo de una caja de mudanza en el sótano de la casa de una amiga en Alemania.
Los argentinos tienen un día especial para casi todo y todos, incluido "El día del bombero" y cuando me enteré de esto me acordé del libro y empecé a investigar: "Bombero, libro, Melipal". Con estas palabras clave, encontré los datos de contacto de Benjamín Reynal, le escribí un mensaje, me contestó y unos días después estábamos sentados en el Café Local de Lago Gutiérrez.
En ese encuentro Benjamín me habló de su segundo libro, mucho más personal. En él narra la historia de cuando era jóven y cabalgó más de cinco mil kilómetros por quince provincias de Argentina a lo lardo de durante nueve meses. Aquello lo había marcado. Era una distancia en el espacio y en el tiempo que lo había cambiado. Tenía recuerdos que no desaparecían, experiencias que quería nombrar, momentos únicos que no habían vuelto a aparecer en su vida. Más de veinte años después, se sentó ante su escritorio y empezó a revivir todos aquellos días y noches a través de la escritura.
“Tenía un buen recado, cojinillo y mandiles, dos bozales de cuero crudo, un par de maneas y un freno liviano. En un pequeño par de alforjas entraba toda mi carga, que no pesaba más de doce kilos, donde llevaba una muda de ropa -que incluía el viejo suéter de lana de mi época de colegio- y un botiquín de primeros auxilios con lo básico…. Llevaba también una linterna, una agenda, un radio de bolsillo y una muy pequeña máquina de fotos; por todo cubierto llevaba un cuchillo en la cintura; y el mismo jabón desinfectante para la ropa, los caballos y yo. Debajo del cojinillo iba atada una cartuchera de cuero con un revólver Colt.38. Pór último, una capa de lluvia y un poncho de lana, y exactamente nada más”.
Lo que me fascinó desde el primer capítulo fue la enorme hospitalidad de la gente que acogía al joven jinete en sus casas. Benjamin siempre llegaba por la noche a algún lugar después de una larga cabalgata. En una estancia, una casita abandonada, una escuela, un establo, en un pueblo o simplemente en un potrero. Rara vez pasaba la noche al aire libre, normalmente podía hablar con alguien. Se acercaba a la gente y pedía alojamiento para él y sus dos caballos. Siempre le ofrecían un techo, comida, bebida para él y para los caballos. En algunas regiones reinaba la pobreza y, sin embargo, los habitantes compartían con él la cena, a veces incluso renunciando ellos mismos a su última hogaza de pan. Le daban ropa seca, le ofrecían la cama de los niños que tenían que dormir en otro sitio, le hacían regalos al despedirse y les habría encantado retenerlo unos días más. Algunos cabalgaron con él un rato antes de volver a casa. El propio Benjamin se sintió abrumado por esta generosidad. No se lo esperaba, y de vez en cuando se avergonzaba de haber cabalgado con tan poco. No llevaba nada consigo que pudiera haber regalado, de lo que pudiera haber prescindido.
Estas personas vivían de una abundancia que no podía medirse. Benjamin experimentó una bondad que le conmovió hasta lo más profundo, que lo había cambiado. Así lo describe en su libro.
Había una frase en particular que me llamó la atención.
"Uno se siente bastante libre siendo nadie en un lugar".
Durante el día Benjamin estaba viajando sólo. A veces preguntaba por direcciones y recibía todo tipo de respuestas. Evitaba las carreteras asfaltadas, buscaba caminos desiertos, galopaba en las horas de la mañana y caminaba lentamente en las horas del crepúsculo. Eran horas de soledad cada día. Durante ese tiempo estaba consigo mismo. El borde del camino se movía lentamente, lo que estaba más lejos no parecía moverse en absoluto. Lo que decidía, lo decidía sólo para sí mismo. Lo que pensaba, lo pensaba sólo para sí mismo. Y a veces la inmensidad era tan absorbente, el horizonte tan lejano, que se disolvía en el momento. Entonces no era nadie y era libre.
En otra parte lo describe así:
“Creo que hay situaciones en la vida que son para vivirse exclusivamente en soledad, momentos que no se deben ser interrumpidos. Hay soledades forzadas y tristes…,. Pero hay otra soledad que fortalece, que nos hace independientes, que nos enseña a hacernos cargo de nosotros mismos. Una soledad que nos da tiempo para cultivar la templanza, para separarnos de lo cotidiano y para reflexionar.”
Benjamin se vio envuelto en situaciones peligrosas unas cuantas veces, para él y para sus dos caballos. Afortunadamente, nunca necesitó su revólver. Tuvo que atravesar ciudades, cruzar puentes, pero sobre todo cabalgó por campos abiertos, lo más cerca posible de la naturaleza. En las épocas en que el sol estaba en su punto más alto, enero y febrero, salía cada vez más temprano por la mañana para escapar del calor del día, hasta que decidió cabalgar toda la noche y descansar durante el día. Así llegó más lejos.
¿Es posible avanzar más despacio que el tiempo? Quizá sólo caminar sea más lento que cabalgar. ¿Y cómo medir el tiempo? ¿Cuántas horas llevaba viajando? ¿Y cuántos kilómetros había recorrido? ¿Y eso era importante?
A veces preguntaba por direcciones y recibía todo tipo de respuestas.
“El paisano no conoce tanto la distancia en kilometros, sino en horas de tranco o de galope, así que observa tu caballo y, dependiendo cómo lo encuentre, hace su mejor cálculo. Esto es algo que siempre me pareció gracioso, porque vendrá a ser similar a que te digan: “Para él son dos horas, pero para vos que estás más gordito son tres”. Uno pide un dato y responden con una opinión.”
Cuando Benjamin regresó a su punto de partida al cabo de nueve meses, había experimentado tres cambios de estación, cabalgado por quince provincias, recorrido cinco mil kilómetros, hecho amigos, estaba infinitamente agradecido a sus caballos y albergaba una riqueza interior, una abundancia que no se puede medir. Estas experiencias no deberían perderse. Pero pasaron más de veinte años antes de que se decidiera a escribir sobre ellas. "La distancia revela", escribe cuando habla de lo que le produce la inmensidad.
Pero incluso estos veinte años de distancia hacen que el texto no sea sólo una bella descripción, no sólo recuerdos escritos, no sólo un pedazo de la historia argentina, sino que todo ello se entrelaza con las reflexiones del autor de hoy para crear una historia maravillosa y conmovedora.
Ambos libros "Contra el fuego", de la editorial Planeta y "El tiempo lento", de la editorial En Gerundio están disponibles en la librería Cultura de Bariloche, pero también en todas las demás librerías del país.
Las fotos han sido cedidas amablemente por Benjamin Reynal.