De Bariloche a Puerto Blest

Una caminata invernal

Hace unas semanas volví a Bariloche y hace unos días noté por primera vez un temblor de tierra. Lo sentí en todo el cuerpo y en la taza de café, que estaba sobre la mesa, se formaron pequeñas ondas. No se derramó nada porque estaba medio vacía. En un primer momento me asusté pero todo pasó rápidamente.

Comprendí que nunca pisaría terreno firme. La Tierra es así.

En el periódico del día siguiente encontré una noticia breve. Había sido un temblor de intensidad 6 en la escala de Richter y el epicentro estaba al otro lado de los Andes, en Chile, a unos 150 km en línea recta.

Ya desde mi llegada, el volcán Villarrica en Pucón, también en Chile, estaba en alerta naranja.

Y ayer en la Antártida se desprendió un iceberg gigantesco de la plataforma de hielo flotante del Polo Sur. Estas cosas pasan, no tienen nada que ver con el cambio climático, según la opinión de los científicos.

Un trozo de hielo diecisiete veces más grande que París anda flotando ahora por las aguas del Antártico. Se irá derritiendo lentamente. La Tierra es así.

Estos acontecimientos no se comentan mucho acá, acaso una mención de paso, pero a nadie le preocupan mucho. A mí tampoco.

Susana, una amiga de Bariloche, me había preguntado si quería hacer con ella una excursión de dos días. Iríamos a Puerto Blest en barco por el lago Nahuel Huapi. Allí hay un pequeño hotel inmerso en los Andes desde el que se pueden hacer algunas excursiones increíbles. Dije enseguida que sí, por supuesto.

Pasó a buscarme al día siguiente. El pronóstico del tiempo no era bueno: se esperaba lluvia, nieve y frío. Metí más equipaje de lo habitual para estos dos días.

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Nos adentramos diez kilómetros en las montañas, dejamos el auto en un estacionamiento vigilado del pequeño “Puerto Pañuelo”, enfrente del grandioso hotel Llao Llao y embarcamos en un moderno catamarán.

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Saliendo del puerto pasamos junto a un impresionante barco antiguo llamado “Modesta Victoria”. Esta embarcación tiene más de ochenta años y aún sigue transportando diariamente a turistas a las islas del lago.

Después de que se sancionara por ley la creación del Parque Nacional Nahuel Huapi en 1934, se quiso impulsar también  el desarrollo del turismo en la zona. Por esta razón en 1935 se encargó la construcción del “Modesta Victoria”. La nave fue construida en un astillero de Amsterdam, desarmada y transportada a través del Atlántico. Mientras tanto se construyó en Bariloche un pequeño astillero junto al puerto para rearmar la embarcación a su llegada. La botadura tuvo lugar en 1938 en el lago Nahuel Huapi. En Europa había estallado la Segunda Guerra Mundial y viajar al Viejo Mundo era imposible para muchos argentinos. Ahora viajaban en su propio país. De este modo empezó en Bariloche una floreciente actividad en el sector del turismo.

La mayoría de los pasajeros del catamarán no eran turistas. Había a bordo muchos chilenos que cruzaban de esta manera los Andes para llegar por la noche a Puerto Varas. En ocasiones esta era la única posibilidad de pasar en invierno a Chile por el sur, ya que a diferencia de los pasos por tierra, este paso por los lagos era accesible todo el año.

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El cruce completo comprende cuatro viajes en ómnibus y tres travesías en barco. Es una antigua ruta comercial entre Chile y Argentina. Un brazo del lago Nahuel Huapi se adentra en los Andes desde el lado argentino. Por el lado chileno el lago Todos los Santos penetra hacia el este de los Andes. Entre estos dos grandes lagos se encuentra el pequeño lago Frías y tres tramos por tierra, que se recorren en bus. La región de Puerto Blest es la más lluviosa de Argentina, la selva valdiviana, un bosque frío de lianas, bambú, fucsias, líquenes, helechos y alerces milenarios.

En cuanto subimos a bordo empezó a nevar. Hacía cada vez más viento y frío. A las gaviotas que seguían la embarcación no parecía importarles mucho. Sin embargo el barco tardó bastante más de la hora habitual en hacer la travesía. Me abrigué y subí a cubierta para tomar algunas fotografías. A ambos lados del lago sobresalían del agua oscuras montañas escarpadas parcialmente cubiertas de nieve. Nos encontrábamos sobre el punto más profundo del lago. Había cada vez menos luz y los colores habían desaparecido. El mundo estaba envuelto en tonos entre un blanco mate, el gris de la superficie del agua y el negro de las abruptas pendientes a izquierda y derecha. La embarcación navegaba en una Nada brumosa.

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Tardamos casi dos horas en llegar a Puerto Blest. Primero desembarcaron los viajeros chilenos y cargaron con rapidez el equipaje en unos buses que los estaban esperando. Algunos jugaban con la nieve, no todos iban bien abrigados, muchos llevaban zapatillas o calzado bajo. Probablemente el tiempo les había sorprendido. Susana y yo tomamos nuestras mochilas y entramos en el hotel. Como las camareras de pisos también venían en nuestro barco, tuvimos que esperar una hora antes de poder subir a la habitación. Desde la ventana se veía el lago pero con los copos de nieve apenas se distinguía. Nos abrigamos bien, metimos algo de comer en la mochila y salimos del hotel.

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Lo primero que me llamó la atención fue la calma, el silencio que nos rodeaba. Susana y yo estábamos solas, no había más huellas en la nieve. El sendero se adentraba por un entablonado de madera en la selva valdiviana, siempre verde, subantártica, con una vegetación exuberante ahora cubierta de nieve. Este bosque húmedo se extiende desde la costa del Pacífico en Chile hasta el interior de la cordillera de los Andes y está  considerado como uno de los bosques más frondosos del planeta.

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De pronto oímos cantar a un pájaro. Conocía ya ese sonido de la isla Chiloé.

Era el saludo del chucao, un pequeño pájaro muy difícil de ver. Vive en el corazón del bosque, le gusta anidar en los suelos húmedos y limosos y se mueve con gran rapidez. Entretanto me he familiarizado con su canto y disfruto cuando lo oigo.

Pasamos por la atronadora Cascada Los Cántaros y por unas lagunas. No paraba de nevar. Poco a poco la fría humedad se iba metiendo por nuestros chubasqueros y anoraks, pero no teníamos intención de regresar, hasta que llegamos a un sitio donde Susana dijo: “estamos cerca de la Heladera”. Se refería a la lengua de un glaciar que encontraríamos siguiendo el camino. Como había nevado tanto y solo llevábamos calzado normal de montaña, sin botas de nieve ni crampones en la mochila, decidimos dar media vuelta

Buscamos un lugar seco y sacamos las provisiones. Susana había traído una lata de atún, unas hojas de lechuga, pan y una palta; yo, empanadas caseras rellenas de acelgas, nueces y queso. Habíamos rellenado el termo con agua caliente en el hotel, así que pudimos hacernos una infusión de jengibre.

Y mientras saciábamos el hambre salió un momento el sol, tan intenso, que se desprendía vapor de las camperas mojadas. Sentía el calor del sol penetrando el plumón húmedo de mi anorak.

Volvimos a guardar todo y poco a poco emprendimos la vuelta. Preferimos no hacer pausas porque hacía tanto frío que teníamos que movernos continuamente  para no quedarnos congelada.

En el hotel Puerto Blest nos permitieron extender nuestras cosas mojadas en el piso de la habitación más caliente. Una ducha de agua caliente y una cena deliciosa nos esperaban.

La tormenta de nieve empeoró durante la noche.

A la mañana siguiente había aún más nieve, pero pudimos disfrutar del sol que brillaba en la montaña, en el lago y en el bosque frío.

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Después de desayunar caminamos hasta el lago Frías y lo cruzamos en un pequeño catamarán. Algunos cóndores volaban en círculos sobre nuestras cabezas y un pasajero argentino me contó que estas aves pueden alcanzar una altura de hasta 7.000 m.

El cielo estaba azul y sin embargo no se podía ver la cima del volcán Tronador, unas nubes se habían colgado de sus tres picos. Se adivinaban solamente los glaciares en sus laderas empinadas.

Tras un breve tramo llegamos al embarcadero. Los viajeros chilenos fueron al control fronterizo y a la aduana y después al ómnibus  que los estaba esperando para continuar su travesía de los Andes.

Nosotras habíamos arribado a la estación final. Regresamos en el mismo catamarán, anduvimos por el bosque hasta el hotel y volvimos a casa por el lago Nahuel Huapi.

En Bariloche hacía un poquito más de calor. Pero la selva fría y cubierta de nieve nos había fascinado.