Into the beauty I walk

INTO THE BEAUTY I WALK



Emigrar es una decisión. Inmigrar, un proceso. Así que había decidido seguir a mi marido a Argentina el 25 de diciembre de 2020. Esta vez no podía ingresar como turista, ahora todo era distinto. „Reunificación familiar“ era la palabra clave oficial de la página web de la Embajada de la Argentina. Un camino burocrático con algunos obstáculos.

El viaje que había planeado era efectivamente un reencuentro con mi marido, pero también una separación, ya que nuestros dos hijos se quedarían en Alemania. Así se acordó.

Tenía ya un pasaje a Buenos Aires desde la época del primer confinamiento. Sólo tenía que cambiar la reserva. Debería presentar los siguientes documentos al hacer el check-in en el aeropuerto: el certificado de matrimonio; una carta explicando por qué quería reunirme con mi marido; una copia de su DNI argentino; una prueba PCR de no más de 72 horas; una declaración jurada de mis datos de no más de 48 horas y un seguro de viaje internacional que cubriera los costes de enfermedad por COVID 19.

La víspera de mi salida los periódicos argentinos publicaron que se suspendían algunas rutas de vuelo desde Europa debido a la aparición en Gran Bretaña de una nueva variante del virus. Alemania estaba en la lista. Fue un schock. ¿Significaba esto que no iba a poder entrar? ¿Que mi camino estaba bloqueado? Pensé en tomar algún desvío, pero también esto parecía inútil. Decidí aparentar que todo estaba bien y celebré la Nochebuena en paz y tranquilidad con Matthias y Tomás. Normalmente no suelo recordar las muchas noches de Navidad que hemos pasado juntos, pero no olvidaré fácilmente la intensidad y simplicidad de esas horas. Éramos y somos una familia fuerte, aunque no siempre estemos juntos.

 

A la mañana siguiente Matthias me llevó a la estación. Leyendo las noticias de Argentina en el tren, vi de repente que Alemania había desaparecido de la lista de los países cuyos vuelos iban a ser cancelados. Tenía el camino libre.

 

Llegué al check-in en Frankfurt con mucha antelación y presenté todos los documentos. “¿Motivo del viaje?”, fue lo primero que me preguntó la azafata, antes incluso de desearme “Feliz Navidad”. “Mi marido es argentino, vive allá”, expliqué. La siguiente pregunta me sorprendió mucho: “¿Cuánto tiempo hace que no lo ve?”. ¿De verdad quería saber eso?. “Unos meses”, respondí sorprendida. “Entonces le deseo mucha suerte en su nueva cita con un viejo conocido”. Se rió y me entregó la tarjeta de embarque y mis papeles.

 

El avión estaba prácticamente lleno. Me habían tomado la temperatura dos veces y habían comprobado mis documentos un mínimo de tres antes de permitirme embarcar. Se notaba claramente que yo no era turista porque era la única alemana  entre los muchos argentinos y paraguayos que regresaban a sus casas. Sólo en Ezeiza, el aeropuerto de Buenos Aires, conversé con un joven alemán que iba a visitar a su novia en Córdoba. Esto también era posible y se consideraba reunificación familiar.

 

Como siempre llegué a Buenos Aires por la mañana temprano. Había dormido bien y estaba deseando abrazar a la tía de Martín, una señora de 89 años que tenía ya un confinamiento de más de nueve meses a sus espaldas.  Me recibió  radiante, con los brazos abiertos. Me guardé rápidamente el barbijo en

la bolsa, contenta de encontrarla de tan buen humor. Al mediodía fuimos a almorzar. Las cafeterías y los restaurantes estaban abiertos y yo disfrutaba del calor y de los primeros pasos por la vereda desmoronada, pasando por delante de kioscos, negocios, peluquerías y peluquerías caninas. El ruido de la calle, gente con prisas, sandías apiladas a la venta, todo esto significaba una porción de libertad, tomar un poco de aire y respirar, porque yo venía de un mundo que quería quitarme el movimiento y ya no me permitía caminar y avanzar. Sentía lo que ya sabía de antes: “ si ando, me va bien”. Y todo va un poco mejor.

 

Martha y yo estuvimos contándonos historias hasta muy tarde. Antes había  comprado algo de comida por las calles de Recoleta para el viaje porque al día siguiente vendría a buscarme un amigo a las 6 de la mañana. Teníamos por delante un viaje de 1.700 kilómetros.

 

Desayuné a las 5 de la mañana con Martha, que llevaba una bata japonesa de seda. Sus ojos resplandecían. Me pregunté cuándo fue la última vez que tuvo visita y cuándo fue la última vez que ofreció a alguien una taza de té.

Una hora después, una mañana veraniega de domingo, dejaba una ciudad dormida en un auto repleto hasta el tope. Mariano, su novia Daniela y yo atravesamos Argentina, pasamos por varias provincias, por diferentes zonas horarias y climáticas, bajo un sol abrasador a 38 grados centígrados, por tormentas con relámpagos y granizo y ardientes  vientos tempestuosos. Rara vez nos deteníamos y siempre que yo manejaba algo poderoso se agitaba dentro de mí. Mi libertad interior revivía a la vista de la interminable pista de asfalto que se extendía ante mí. Sólo durante la pandemia he tomado conciencia realmente de lo importante que es para mí la libertad, mi libertad de pensar por mí misma y de actuar. En otros momentos de crisis ya había practicado el arte de estar presente en el momento y a la vez reflexionar sobre lo que está pasando. Sentir y comprender al mismo tiempo puede trascender la desesperación.

 

Mi corazón me mostró el camino. Sabía que dejaría la pampa en algún momento y que vería los Andes nevados. A veces contaba flamencos, ovejas o vacas. Otras veces soñaba con un después mejor.


Una vez cuando atardecía, iba detrás de un camión escoltado por delante y por detrás por autos de policía. Al llegar a un control fronterizo entre dos provincias el camión se detuvo, salieron los policías del puesto y, mínimo tres de ellos, hicieron fotografías del camión. Yo no entendía nada, sólo esperaba que no me controlaran porque no me había registrado oficialmente para pasar las fronteras entre las provincias. El camión se puso de nuevo en marcha, todos se despidieron amistosamente y a mí me dejaron pasar.

Sólo mucho tiempo después, en Bariloche,  vi una foto del camión en el periódico. Era la primera entrega de la vacuna que llegaba a la Patagonia.

 

 

El Paso del Córdoba

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Ya tenía algunas excursiones más cortas a mis espaldas cuando Silvana me llamó. Quería hacer una gira de tres días conmigo. Pasaríamos las noches en la naturaleza o en un camping, tendríamos que llevar provisiones y, según anunció, iba a hacer muchísimo calor. Acepté inmediatamente. Dos días más tarde atravesábamos el Valle Encantado a lo largo del río Limay hasta Confluencia, donde nos desviamos por un camino de ripio. El río Traful serpenteó junto a nosotras durante un tiempo, antes de que la ruta se adentrara gradualmente en las montañas.

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El Paso del Córdoba conecta Traful con San Martín de los Andes. En el río Caleufú nos detuvimos. Después de un baño en el azul helado continuamos. Nuestro destino era un camping a orillas del lago Filo Hua Hum. Sólo habíamos encontrado un auto durante todo el viaje, pero ahora en el camping volvimos a encontrarnos con otras personas. Tuvimos suerte porque quedaba aún un lugar para nosotras a orillas del lago.

Todavía teníamos un poco de tiempo antes de que se pusiera el sol. Caminamos alrededor del lago, recogimos menta de agua en el río, observamos a los pescadores con mosca, comimos las bayas oscuras de la planta de berberis y simplemente miramos hacia el cielo, donde gradualmente aparecieron las primeras estrellas. El zumbido de las libélulas, el salto de las truchas y los gritos de los teros  saciaron mi nostalgia de la realidad.

 

Silvana había traído un guiso vegetariano, que calentamos. Bebimos un vaso de vino y pusimos agua a hervir en el fuego para preparar una tisana con las hojas de menta fresca. Yo dormí en la carpa y mi amiga argentina junto al agua, en una funda de vivac hecha por ella misma.

 

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A la mañana siguiente salimos temprano. En línea recta, siempre en dirección al Cerro Falkner, una montaña que ya pertenece a la región de San Martin de los Andes. Hacía mucho, mucho calor y tuve que hacer más pausas de lo habitual.

 Hacia el mediodía me acosté bajo un árbol después de un pequeño almuerzo,  queso, pan de nueces y mermelada de frutillas (bebíamos siempre el agua de los ríos y lagos). Pensé en Matthias y Tomás en su casa de Alemania, en mis amigas y amigos. El significado de las palabras “confinamiento, prohibición de contacto, grupo de riesgo, distanciamiento, prohibición de viajar, etc.” quedaba tan lejos que  hacía tiempo que había olvidado dónde estaba mi barbijo, y no temía contagiarme de Silvana porque ella misma había enfermado violentamente de COVID unos meses antes y se había repuesto totalmente. Supuse que su cuerpo estaba lleno de anticuerpos. De todos modos, ella estaba más en forma y era unos años mayor que yo. Me había contado sus crisis vitales, y cuando tuve que volver a refrescarme la cabeza con el agua del lago, porque de lo contrario podría haberme  desmayado, recordé una frase que me había dicho un amigo en cierta ocasión :

 

“Cuando algo en tu vida se derrumba, y puede haber cientos de escenarios, siempre es una oportunidad para profundizar aún más en la vida.”

„Bueno, Luca“, pensé, „prepárate, sigue, sólo puede ser más intenso“.

El camino de regreso estaba inundado por el azul de los lagos y del cielo. Las rocas brillaban con el calor. Me dolía el cuerpo, pero no me importaba.

 A la mañana siguiente me apetecía desayunar en la terraza de la recepción del camping. El café me activaría la circulación y en mi nariz  seguía el recuerdo del olor a pan casero que había visto el día anterior en la cocina. Convencí a Silvana, que agarró inmediatamente su celular porque sólo allá se tenía Internet, al menos a veces.

 

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Conocí a Natalia, la nuera de la dueña del camping. Estaba dando una mano aquí durante el verano, nos sirvió el desayuno y nos hizo algunas sugerencias para las excursiones, pero luego nos habló de ella misma. Estudiaba en la universidad y estaba haciendo la tesina sobre el impacto de la pandemia en el turismo. Deseaba que los viajes tuvieran más sentido y que la gente tuviera una visión más intensa de lo diferente, lo desconocido y lo nuevo. Para ella, viajar significaba llegar a uno mismo, sin importar a dónde se fuera. Y estaba muy contenta de que los argentinos no “se escaparan” a Miami o a Uruguay este año, sino que conocieran mejor su propio país. Al pensar en esto, me acordé de los 81 millones de alemanes que debían viajar todos al mismo tiempo sólo por Alemania. ¿Cómo se suponía que iba a funcionar eso?

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El deseo de la gente de nuevos horizontes, de lo desconocido y lo nuevo permanecerá siempre. Forma parte de la esencia, de la vida.

 

Volví a nuestra parcela, desmonté la carpa, cargué todo en el auto y esperé a Silvana, que había vuelto a desaparecer brevemente en las montañas.

 

Hacia el mediodía emprendimos el camino de vuelta a casa. Estaba lista para ver, explorar y cruzar nuevos horizontes, sola o con Silvana.

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Cuando nos acercábamos a Bariloche y volvimos a tener conexión a Internet

sonó el celular de Silvana. Su hermana nos llamaba para invitarnos a recoger frambuesas en su jardín

 

Me permitieron llevarme a casa más que suficientes.